Excelentísimo Señor Ministro de Consumo, Don Alberto Garzón,
Le escribo para enviarle mis más cordiales felicitaciones con motivo de su reciente nombramiento como parte del nuevo gobierno en calidad de ministro de Consumo. No consienta que nadie menosprecie la importancia vital de los asuntos que quedan bajo su responsabilidad: el consumo, esto es, la libre elección de las consumidoras y los consumidores a la hora de intercambiar el fruto de su trabajo por aquellos bienes que cada uno considera necesarios es uno de los actos más democráticos que podamos imaginar y, por lo tanto, merecedor de protección y garantía por parte de cualquier gobierno que se considere progresista, democrático y social.
Efectivamente: sobre gustos no hay nada escrito y es fácil caer en la tentación de hacerlo por el bien de todas y todos. Durante años, los gustos han sido objeto de cada vez más de directrices, prohibiciones o «campañas de información» disfrazadas de protección de la salud pública, por ejemplo. Las autoridades políticas o religiosas siempre han tratado de guiar nuestros instintos, inclinaciones, necesidades y preferencias de aquella manera que más les convenía o mejor se ajustaba a sus criterios particulares. Ya fuere a través de una coerción más o menos abierta o a través de apelaciones morales, adoctrinamiento o manipulación. Confío en que usted sepa defendernos de cualquier falso profeta de “lo bueno” y se limite a garantizar nuestro derecho a elegir y consumir aquellos productos que a cada uno de nosotros nos interesan.
Es cierto que las cuestiones sobre qué alimentos, bebidas o sustancias psicoactivas suministramos a nuestro cuerpo, qué juegos de azar podemos jugar o cómo y con quién tenemos relaciones sexuales nunca han sido asuntos puramente privados. Sin embargo, lo que es notable y nuevo es la virulencia con que estas cuestiones de disfrute personal se politizan y regulan hoy, justamente en un momento de nuestra historia en el que gracias a nuestra prosperidad y nuestro nivel educativo disponemos de tantísimas opciones informadas para la elección individual.
La regulación del disfrute es un ataque a nuestra experiencia sensorial y convivencia social, así como a nuestro juicio moral. Porque la autonomía moral requiere que las personas sean ellas mismas, que actúen de acuerdo con sus valores, inclinaciones y gustos
Usted, Excelentísimo Señor Garzón, coincidirá conmigo -ambos nos proclamamos defensores de la libertad- en la importancia de preservar los derechos adquiridos durante tantos años de lucha y el pesar que genera ver cómo muchas de nuestras conciudadanas y conciudadanos, en lugar de preguntar cómo podemos lograr más libertad, democracia y prosperidad para todes, azuzan programas retrógrados que pretenden reducir los derechos democráticos y el espacio del debate público para proteger, dicen ellos, ¡la mismísima la democracia! En el contexto de la crisis de liderazgo político y orientación a la que nos habían arrojado los reaccionarios, se está extendiendo un estilo político que ha hecho que la microgestión de la sociedad, el público y la economía sea una virtud. Con prohibiciones, regulaciones, pautas, impuestos, medidas de sensibilización y recientemente también con los trucos psicológicos del nudging, el estado burgués interfiere en la vida privada de las trabajadoras y los trabajadores, el debate público y la actividad empresarial.
Esta política reaccionaria conduce a un paternalismo progresivo y convierte a las trabajadoras y trabajadores en ciudadanos incapaces, lo que socava los fundamentos sobre los que se basa idealmente una democracia libre y social. Porque la democracia vive de la noción de que los adultos mismos saben mejor lo que es bueno para ellos y que el Estado democrático tiene que respetar las opiniones, intereses e inclinaciones de cada una de las trabajadoras y trabajadores.
La disputa sobre las decisiones políticas y económicas fundamentales propias de la lucha de clases ha sido reemplazada por el control tecnocrático del comportamiento privado y la re-moralización de las cuestiones de disfrute y estilo de vida. Medidas como las estrategias nacionales de reducción de sal, azúcar y grasas en los alimentos, iniciativas contra el tabaco que van desde la directiva de productos de tabaco de la UE hasta prohibiciones de fumar en público, reformas del derecho penal sexual, o sobre los juegos de azar, campañas contra el consumo de carne o «días vegetarianos», atentados en definitiva contra los derechos y libertades de la clase trabajadora, han sido impulsados desde círculos políticos neoburgueses. Todas estas medidas son lo contrario de una política progresista. Son una reminiscencia del pensamiento conservador-autoritario de rancios recuerdos, contra el cual supieron erigirse en lucha denodada y exitosa nuestras compañeras y compañeros de la revolución del 68. ¡Si Chomsky y Marcuse levantasen la cabeza!
Hoy apenas queda nada del espíritu optimista, juvenil y proletario de liberación en la década de 1960. La influencia de las instituciones anquilosadas que anteriormente ahogaban al proletariado, desde las grandes religiones hasta las estructuras patriarcales en la familia y la sociedad, se ha visto reducida, es cierto. Pero el viejo sistema moral represivo-burgués no ha sido reemplazado por enfoques nuevos que reafirmen la autonomía de las proletarias y proletarios. Por el contrario: valores y virtudes como la racionalidad, la responsabilidad, el coraje o la autodisciplina, sin los cuales no es posible una vida verdaderamente libre, han perdido importancia en los últimos tiempos.
La pasión humana espontánea e incontrolada y la satisfacción de las necesidades se consideran peligrosas en una sociedad aburguesada en la que a las trabajadoras y trabajadores ya no se les ve como diseñadores de las revoluciones por venir, sino sobre todo como disruptores, contaminadores o en peligro, para ellos mismos, para los demás y para la sociedad como tal. De esta cobarde visión del proletariado, se deriva la pretensión política de gobernar los asuntos privados de las personas.
Como Usted sabe muy bien, Excelentisimo Señor Ministro, la etimología griega de la palabra autónomo – autos (de o por sí mismo) y nomos (norma o ley) – transmite el significado de autodeterminación, una de las metas fundamentales de todo movimiento liberador de la clase trabajadora. Se trata de que las personas puedan llevar sus vidas de acuerdo con pautas elegidas por ellas mismas. Por supuesto, esto incluye cuestiones de disfrute, porque éstas también nos definen en su núcleo más íntimo como seres culturales e individuos únicos. Después de todo, sentir, saborear y oler son las primeras experiencias sensoriales de los seres humanos, a partir de las cuales se desarrolla la capacidad de diferenciar y evaluar los gustos a lo largo de la vida en interacción con la sociedad.
La regulación del disfrute es un ataque a nuestra experiencia sensorial y convivencia social, así como a nuestro juicio moral. Porque la autonomía moral requiere que las personas sean ellas mismas, que actúen de acuerdo con sus valores, inclinaciones y gustos y que se sientan libres de adoptar un estilo de vida que les permita expresar su personalidad. Se requiere libertad de elección para cultivar la autonomía. Porque solo al poder decidir, elegir entre diferentes opciones, experimentar y, por último, pero no menos importante, cometer errores y, con suerte, aprender de ellos, se desarrolla nuestra capacidad para emitir juicios y actuar y vivir en consecuencia.
Excelentísimo Señor Garzón, si se toma en serio la libertad y la democracia, no solo debe tolerar la diversidad de las proletarias y proletarios en su gustos y aficiones, sino defenderla como expresión de una sociedad civilizada y de progreso y preguntarse cómo se pueden expandir en el futuro. Estoy seguro de que Usted, desde su recién asumida responsabilidad, sabrá hacer frente a tal noble reto.
Atentamente suyo,
Un proletario.
Foto: Fotografías Canal Sur Radio y Television
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