La sentencia del Tribunal Supremo, y los consiguientes disturbios violentos, señalan que los dirigentes y activistas secesionistas de Cataluña no ponen freno en su empeño de alcanzar la independencia, aun a costa de llevarse por delante la convivencia y la prosperidad económica.

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Se trata de un camino que emprendieron de forma taimada y solapada hace varias décadas, aprovechando la tolerancia que mostró siempre el Régimen de 1978 ante la violación de la ley por parte de los poderosos y, en particular, su extrema permisividad con cualquier tropelía que cometieran los nacionalistas regionales. Así, los separatistas traicionaron el Sistema Autonómico, establecido precisamente para «complacerlos», para permitir que «encajasen» en el marco constitucional vigente.

El Sistema Autonómico se estableció precisamente para «complacer» a los nacionalistas regionales para permitir que «encajasen» en el marco constitucional

Esta rebelión pretende desembocar un régimen catalán cerrado, monolítico, absoluto, con tribunales controlados y prensa completamente sumisa. Con súbditos que deban plegarse a la ortodoxia o sufrir la opresión y el oprobio. Una perspectiva muy rentable para esa oligarquía de políticos, activistas, periodistas, «intelectuales» subvencionados, empresarios, que vislumbran un horizonte con más poder, favores, mercados cautivos, mejores ingresos, prebendas e impunidad. Un entorno que les aportaría enormes ventajas a costa de los ciudadanos crédulos. ¿Cómo se ha llegado a tan disparatada situación?

Un comienzo muy mejorable

El Régimen de 1978 constituyó en España una democracia bastante limitada, todavía más que las impuestas en Europa Continental tras la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un Régimen de Acceso Restringido, surgido del pacto (denominado entonces «consenso») entre oligarquías económicas y políticas (los nacionalistas catalanes una de ellas), que acordaron repartirse el poder y las áreas de influencia. Un modelo carente de mecanismos eficaces de control, que desembocó en privilegios, intercambios de favores y medios de comunicación dominados por el Poder.

Cataluña, ¿secesionistas o psicópatas?

Los traspasos de competencias a las Autonomías no siguieron un criterio racional de eficacia en la prestación de servicios sino una regla de mera conveniencia política

Por su parte, el proceso de descentralización territorial, el llamado Sistema Autonómico, estuvo marcado por la improvisación, la componenda y la falta de visión de futuro. Para contentar a los nacionalistas catalanes y vascos, el modelo se dejó abierto: casi cualquier competencia podría transferirse a las Autonomías. Como era de esperar, los traspasos no siguieron un criterio racional de eficacia en la prestación de servicios sino una regla de mera conveniencia política. Cada traspaso era una moneda con la que el Gobierno de turno pagaba apoyos coyunturales, generándose así un caldo de cultivo dominado por fuerzas centrífugas y desintegradoras.

El masivo traspaso de competencias a las Autonomías, sin límite ni orden, fue favorecido por los partidos mayoritarios al comprobar que así crecía exponencialmente la burocracia: el número de puestos para colocar a sus partidarios. Y las oligarquías regionales mostraron un fuerte interés en fomentar diferencias y peculiaridades, inventándolas cuando no existían, pues era la vía para conseguir más poder, más presupuesto y una coartada para ejercer un dominio ideológico sobre sus súbditos. Más que solucionar problemas, los dirigentes autonómicos se dedicaron a crearlos.

Los vicios y defectos de la política nacional se reprodujeron, aumentados y agravados, a nivel autonómico

Así, los vicios y defectos de la política nacional se reprodujeron, aumentados y agravados, a nivel autonómico, dando lugar a unas unidades regionales todavía más cerradas, basadas en el clientelismo más extremo y un intenso intercambio de favores. Un caciquismo de nuevo cuño, que ejerció un control todavía mayor sobre los medios de comunicación locales, más frágiles y dependientes de concesiones o subvenciones.

El Sistema Autonómico no logró la integración de los nacionalistas catalanes porque la independencia fue siempre su objetivo de largo plazo; pacientemente aparentaron que aceptaban la legalidad, se aprovecharon de ella como vía para conseguir sus fines últimos. La concesión de crecientes cotas de autonomía hasta casi erradicar el Estado en ciertas zonas de España, como Cataluña, reforzó a unas oligarquías que desviaron cuantiosos recursos públicos para manipular a través de la educación o los medios de comunicación, para generar odio hacia el resto de los españoles y transformar radicalmente una opinión pública que era mayoritariamente partidaria de la permanencia en España.

España y su bandera se convirtieron, en todo el territorio nacional, en tabúes, en elementos casi prohibidos… políticamente incorrectos

Y, con la connivencia de los partidos de ámbito nacional, la palabra España y su bandera se convirtieron, en todo el territorio nacional, en tabúes, en elementos casi prohibidos… políticamente incorrectos. Un disparate de tal calibre que resulta incomprensible para cualquier extranjero.

Psicopatología del Nacionalismo

Más difícil resulta comprender los motivos que llevaron a muchos ciudadanos catalanes normales, que no se beneficiaban directamente, a sucumbir ante los cantos de sirena independentistas, a emprender la marcha por una senda muy peligrosa para la convivencia, la libertad y la prosperidad. En The Psychology of Nationalism (2001)Joshua Searle-White señalaba que la potenciación de la identidad, la autoconfianza, en un mundo de dudas e inseguridades interiores, es el mecanismo psicológico que alimenta el nacionalismo excluyente. Identificarse con una nación, inventada o imaginada, permite al sujeto aumentar su autoestima, atribuirse las cualidades, nunca defectos, que el discurso nacionalista asigna a esa idealizada colectividad. Necesitan, para ello, inventar un enemigo contra el que definirse, alguien a quien traspasar todos los males, vicios, defectos y, por supuesto, la culpa.

Cataluña, ¿secesionistas o psicópatas?

El nacionalismo no se dirige al intelecto, a la parte racional del cerebro, sino a los instintos más básicos a la parte impulsiva e irracional

Como conjunto de ideas fanáticas, el nacionalismo excluyente se muestra refractario a argumentos razonados. Sus conceptos no van dirigidos al intelecto, a la parte racional del cerebro, sino a las vísceras, a los instintos más básicos, a esa parte primitiva, impulsiva e irracional que todos llevamos dentro. Pertenece al grupo de doctrinas que recurren a retorcidas técnicas de propaganda, tergiversan la historia, manipulan las emociones de la masa para infundir odio, desprecio, transferencia de culpa hacia «los otros».

Como creencia mesiánica, el nacionalismo excluyente hace creer a la gente que goza de cualidades excelsas, superiores, tan sólo por pertenecer al grupo. El paraíso se encuentra a la vuelta de la esquina: sólo es necesario liberarse del yugo de los opresores. Profesar la nueva fe constituye un atajo, una vía cómoda, exenta de esfuerzo, para sentirse justo, cabal, repleto de razón. Para considerarse víctima, adquiriendo enorme superioridad moral y derecho a un trato de favor. No es necesario esforzarse, emprender el largo y costoso camino de la auténtica superación personal. Basta con convertirse, identificarse, ser, comulgar con la tribu, con sus jefes, para ser instantáneamente bendecido y santificado.

Lauren Langman, en The Social Psychology of Nationalism (2006) sostiene que el nacionalismo presenta una visión retorcida de las relaciones entre grupos, distorsiona las intenciones de los otros y promueve una elevada visión del «nosotros» frente a un «ellos» deshumanizado y malvado, con el fin último de lograr una adhesión total a sus líderes. Afirma que los dirigentes nacionalistas, a través del control de los medios, manipulan al público presentando a los «otros» como un peligro para «el pueblo», su bienestar, honor y dignidad: cuando el nacionalismo cae en el «pensamiento de grupo», se vuelve impermeable a la razón

Parecería que, con tan burdos argumentos, el nacionalismo excluyente sólo podría manipular a necios e ignorantes. Pero no es así porque se trata de una doctrina que no apela a la razón sino a las emociones. Atrapa también a muchas personas inteligentes y cultas porque no se trata de una mentira cualquiera sino de una fábula que contiene todo el delicado material con que se tejen las fantasías, los sueños, el miedo, la angustia, las dudas sobre la propia identidad. Narra ese cuento de hadas que todo niño desea escuchar. Un enfoque maniqueo, de buenos y malos, que arrincona la responsabilidad individual, diluyéndola en la dinámica del grupo.

Inocula en las gentes maldad, odio, menosprecio del vecino, conduciendo a la discriminación, a una quiebra de la convivencia

El nacionalismo no se limita a alentar una identidad colectiva, a crear una afinidad hacia los cercanos, una identificación con la comunidad en la que vive. El peligro surge porque la identidad que promueve es excluyente, porque no sirve para cohesionar la sociedad sino para dividirla en mitades irreconciliables. Es nocivo, extremadamente dañino, porque difunde una distorsionada imagen del «otro», inventa viejos agravios, fomenta la enemistad, el enfrentamiento. Porque inocula en las gentes maldad, odio, menosprecio del vecino, conduciendo a la discriminación, a la xenofobia, a una quiebra de la convivencia.

El Sistema político español creó un caldo de cultivo propicio

Por desgracia, la permisividad del Régimen de 1978 ante las tropelías de los poderosos creó el caldo de cultivo perfecto para la difusión de estas creencias. Y el pacto entre oligarquías otorgó a los nacionalistas manga ancha para actuar a voluntad en sus territorios… siempre que guardaran las formas, la apariencia de legalidad. Además, la ideología nacionalista regional quedó blindada contra la crítica por un terrible tabú pues se situaba claramente en el ámbito de lo políticamente correcto.

El pacto de oligarquías otorgó a los nacionalistas manga ancha para actuar a voluntad en sus territorios siempre que guardaran la apariencia de legalidad

En realidad, la novedad de la presente insurrección en Cataluña no es haber violado las leyes pues, en la práctica, los secesionistas las han venido vulnerando durante décadas, ante la pasividad de las Instituciones Nacionales. La diferencia es que antes lo hacían de forma solapada; ahora de forma abierta, directa.

La verdadera novedad es que han quebrantado las formas, ese decorado de cartón piedra en que se basó un Régimen de 1978 que se encuentra ya en un estado de deterioro tal, que restañar los daños va a resultar francamente complicado. En todo caso necesita una reforma tan radical como urgente pero… justo en el sentido opuesto al que los partidos parlamentarios están sugiriendo.

La eliminación de las barreras políticas y económicas que sostienen los privilegios y un cambio profundo en el Sistema Autonómico, que asigne las competencias según eficiencia y economía en la prestación de los servicios, serían dos de sus líneas fundamentales. En definitiva en España es necesario un traspaso del poder desde estas oligarquías, que han generado o permitido el presente desastre hacia los ciudadanos. Es decir, el restablecimiento del imperio de la ley y la evolución hacia un Régimen de Libre Acceso.


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