Ctxt es un contexto al que le han aspirado todas las vocales y que muestra la vocación que anima a la revista que así se hace llamar. No cuenta las noticias, sino el medio en que se producen; no la espuma de las olas, sino las fuerzas que las provocan. Es, en este sentido, una revista muy parecida a Disidentia. Ctxt, eso sí, ofrece una visión muy a la izquierda. La disidencia, en este caso, no la ejercen frente al poder, el poder real; el que está en el gobierno y no sólo en el gobierno. Renueva, en cada artículo, el acervo ideológico que asumen bancos y eléctricas, organismos nacionales e internacionales. Es una revista bien hecha y que merece atención.

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Bruno Bimbi es periodista. Colabora desde hace un año con Ctxt con una cadencia quincenal. Argentino afincado en Barcelona, en su último artículo en la revista contó su experiencia en la Universidad de Barcelona, bajo el título ¿Cómo se dice xenofobia en catalán?

El editorial no permite ni pestañear. Critica a Bimbi por caer en la tentación de contar una historia personal, como si la crónica no fuera un género periodístico. Y lamenta que en un artículo de opinión el autor caiga en hacer “consideraciones subjetivas”, como cuando dice que en Cataluña hay “un modelo de abolición del español que impera en las universidades catalanas”

Arranca con una conversación entre una alumna asiática y la profesora de la asignatura que acaba de comenzar:

—Disculpe, profesora, ¿este grupo no es en español? –pregunta una alumna asiática en la primera clase online, luego de entender que no va a entender.

—No, no, no. Mis clases son en catalán –responde la profesora.

Hay once grupos de los cuales ese, y otro, se anunciaban en español. “Lo lamento, pero yo no doy clases en español”. La profesora anima a los alumnos a estudiar esa lengua que, en definitiva, “es muy parecida”. Un estudiante latinoamericano (el propio autor del artículo), responde en portugués alegando que también es una lengua muy parecida. Otros hispanohablantes americanos le advierten de que no vaya por ahí, que le van a acusar de lo que él nunca ha sido. La discusión prosigue:

—Voy a dar mi clase en mi lengua. Y al que no le guste…

—¿Alguno de ustedes no habla español? –(pregunta Bimbi).

—Todos lo hablamos, pero no es eso –responde una alumna.

Y es cierto. No es eso. Bimbi se cambia de grupo a otro que también se anuncia en español. Pero se encuentra en la misma situación. Todos los grupos, incluyendo los dos que se anunciaban en español, son en catalán. El estudiante resolvió estudiar la asignatura en la biblioteca, pero aún le quedaría enfrentarse a un examen cuyas preguntas se formularían… sólo en catalán.

La historia no es nueva. Recuerdo que, en el primero de los tres interraíles en los que he recorrido más de media Europa, mi amigo Sergio y yo conocimos a dos chicas austríacas. Una de ellas había pasado tres meses estudiando en Barcelona. Pero no se enteró de nada porque las clases eran en catalán. Debía ser el año 91.

La historia de Bruno Bimbi no es noticia. Tampoco lo es que un niño llegue tarde a clase, o que una familia pida pizza para cenar un viernes. La pregunta que formula Bimbi en el título de su artículo se responde a diario. La noticia es la reacción por parte de Ctxt. Publica una suerte de editorial contra su colaborador y contra el periodismo.

El editorial no permite ni pestañear. Critica a Bimbi por caer en la tentación de contar una historia personal, como si la crónica no fuera un género periodístico. Y lamenta que en un artículo de opinión el autor caiga en hacer “consideraciones subjetivas”, como cuando dice que en Cataluña hay “un modelo de abolición del español que impera en las universidades catalanas”. Es difícil pensar que esa “consideración subjetiva” no está refrendada por datos objetivos, y con consecuencias objetivísimas. Bimbi cuenta “un caso particular, el suyo”. Pero, por un lado, no está obligado a contar el de otros. Y, por otro, contar su caso no quiere decir que sea único.

Ctxt niega la mayor, y cita un artículo, también publicado allí, que dice que en Cataluña no hay ningún problema con el castellano. Y no lo hay, mientras no se utilice en las aulas. Tampoco había problemas con el voto bajo la dictadura de Franco. Cualquier ciudadano podía adherirse a los plebiscitos o abstenerse de hacerlo.

El problema está en el título. Nos lo dice Ctxt en su editorial. No se puede hablar de xenofobia en Cataluña, por mucho que se odie a los extranjeros por el hecho de que se empeñen en hablar su idioma, que es también de los catalanes. Uno se pregunta si en la exigua redacción de Ctxt la xenofobia depende de las razas, y la catalana es genéticamente incapaz de albergarla.

El problema parece ser otro. Y, con toda franqueza, lo reconoce la revista en su editorial: El 65 por ciento de sus ingresos procede de sus más de 8.000 suscriptores, que aportan 100 euros al año. Y Cataluña es la región que más suscriptores aporta, después de Madrid. No es ya el hecho de ser un medio de izquierdas y, por tanto, comprensivo y cariñoso con el nacionalismo catalán. Es que el medio es incapaz de ejercer la independencia más esencial de un medio de comunicación, que es frente a sus propios lectores.

Disidentia, que aún no tiene la décima parte de suscriptores que Ctxt, ejerce fiera y descaradamente esa independencia. Si hubiera elegido alinearse con una ideología de poder, como Ctxt, o con las consignas de un partido, tendría un múltiplo de sus mecenas. Unos mecenas que aguantan las olas de las que hablaba antes, y que resisten las duras críticas que aquí hemos dedicado a Podemos, al PSOE, a Ciudadanos, a Partido Popular y a Vox. Impertérritos. Otros no, entran y salen con el simpaticómetro. Este medio ha creído en sí mismo, con no pocos costes.

Los libérrimos lectores de Ctxt han llamado a Bruno Bimbi “puto” (Bimbi es autor de un libro llamado El fin del armario), “lacra”, “sudaca”, y le han pedido que vuelva a “su país”, todo ello para desmentir las acusaciones de xenofobia en Cataluña. Ctxt no ha sido capaz de mantener sus ¿principios? ni en algo tan básico como la crítica a la xenofobia.

Y sí, xenofobia tiene traducción al catalán, y es ‘nacionalisme’.

Foto: Josep Renalias


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