Una de las reformas más espectaculares de la era progresista en los Estados Unidos fue la prohibición del consumo y tráfico de alcohol. El movimiento progresista tenía una base religiosa. Eran pietistas: entendían que la salvación propia depende de la decisión personal de encontrarse con Dios (nacer de nuevo) y alejarse por completo del pecado. Las confesiones y organizaciones religiosas no tenían ahí ningún papel, pero sí el Estado como agente de Dios en la Tierra. Y eran posmilenaristas: para la segunda llegada de Jesús al mundo era necesario acercar el reino de Dios en la Tierra, eliminando todo rastro de pecado. Y el alcohol era el vehículo del diablo. Había que terminar con él, y eso se hizo con la aprobación de la 18ª enmienda (1919-1933).
Eso se hizo, o eso se intentó hacer. Porque el fracaso de la prohibición fue inmediato, y espectacular. La prohibición no sólo no acabó con el consumo, sino que llevó a crear alcoholes más concentrados, más fáciles de provocar la embriaguez con menos cantidad y, por tanto, con mayor facilidad para el tráfico ilegal. La prohibición está en el origen del crimen organizado en los Estados Unidos. Y los pecados asociados al alcohol no remitieron un solo paso. Pese a todos sus esfuerzos, el Gobierno de los Estados Unidos no fue capaz de impedir que los ciudadanos produjeran, vendieran y consumieran alcohol. Una de las medidas que adoptó fue la de envenenar las botellas. En 1926 empezaron a acumularse las noticias sobre las muertes causadas por el consumo de botellas envenenadas, y el ovillo del hilo conducía a las decisiones adoptadas por el Gobierno Federal. Éste negó toda responsabilidad, pero luego tuvo que admitir que las acusaciones eran ciertas. Se calcula que debieron de morir unos 10.000 estadounidenses por el consumo de botellas envenenadas.
Una conspiración es la organización de un plan para causar daño a terceros. Por su naturaleza dañina, y como parte de la búsqueda de la eficacia del plan, las conspiraciones son secretas
Justo cuando terminaba esta malhadada política, el Gobierno de los Estados Unidos inició un experimento. El Servicio de Salud Pública inició un programa de estudio de la sífilis en la ciudad de Tuskegee, Alabama, con la colaboración de la Universidad de aquella ciudad. Para el estudio escogieron a 600 negros analfabetos y pobres, a los que engañaron diciendo que les iban a dar un tratamiento sanitario gratuito. Dos tercios de ellos tenían sífilis, y el objeto del estudio era saber si el tratamiento que estaban estudiando tendría más beneficios que efectos secundarios nocivos. El estudio continuó hasta 1972, y sólo la filtración a la prensa pudo poner fin a este proyecto, que había durado exactamente 40 años.
Hermann Göring escribió una carta al comandante de seguridad del II Reich, Reinhald Heydrich, en la que le conminaba a preparar una “solución final de la cuestión judía”. La orden es del verano del 41; en otoño Himmler concibió un plan para exterminar a los judíos en el territorio ocupado por el Gobierno alemán, que sin más dilación se empezó a llevar a término en Polonia, y luego en otros lugares.
¿Qué tienen en común estas tres historias? Que son conspiraciones. Una conspiración es la organización de un plan para causar daño a terceros. Por su naturaleza dañina, y como parte de la búsqueda de la eficacia del plan, las conspiraciones son secretas. Además de estos tres episodios históricos se pueden recoger multitud de ejemplos, en golpes de Estado o revoluciones, políticas del Gobierno para avanzar en sus planes, organizaciones terroristas… Las conspiraciones existen, y están a la orden del día.
Por eso no tiene ningún sentido criticar a alguien por el simple hecho de que exprese una teoría sobre una conspiración. Ahora bien, exponer una teoría conspirativa es pronunciarse sobre una cuestión de hecho. Y, por tanto, puede ser verdadera o falsa. Quien dijo que el Gobierno de los Estados Unidos estaba envenenando botellas de contrabando decía la verdad. Pero, por supuesto, muchas de las teorías que se formulan acaban siendo falsas. Incluso hay una mentalidad conspiranoica que enlaza hechos e intenciones sin mayor prueba. ¿Qué distingue una teoría sobre una conspiración con visos de ser cierta de una conspiranoia?
Una conspiración real tiene un conjunto de elementos necesarios. 1) Unos actores concretos. 2) Que tienen unas motivaciones específicas. Habitualmente tendrán que ver con el poder o el dinero, pero con una parcela específica de poder o con cualquier otro objetivo concreto. 3) La acción responde a una idea concreta sobre el mecanismo que les acercará a sus objetivos. Es decir, que lo que hay detrás de una conspiración real es la estructura de medios y fines, y la tecnología que acerca los primeros a los últimos, y que nos permite dar una explicación completa, o suficiente, de unos hechos concretos.
Los conspiranoicos siempre fallan en alguno de esos puntos, y habitualmente en dos de ellos; el primero y el segundo. Pondré un ejemplo. Tras el robo de las elecciones de febrero de 1936, la violencia en las calles y en el campo, la oleada de huelgas, algunas de carácter revolucionario, y el asesinato de uno de los líderes de la oposición por un grupo vinculado a uno de los ministros del Gobierno, un grupo de militares, con el apoyo de una trama civil, organizó un intento de golpe de Estado que en última instancia desembocaría en guerra civil y acabaría con la II República. De esta conspiración conocemos quiénes fueron los protagonistas, conocemos bien al menos algunos de sus objetivos, aunque varios de ellos fueran contradictorios, y sabemos cómo el general Emilio Mola ideó implantar lo que él llamó “una dictadura republicana”, y que bien sabemos en qué desembocó finalmente. Es un caso claro de una conspiración en la historia.
Vamos ahora con una conspiranoia: “La Guerra Civil representó la última expresión de los intentos de los elementos reaccionarios en la política española de aplastar cualquier reforma que pudiera amenazar su privilegiada posición”. Lo que explica esa situación es que “España no experimentó una clásica revolución burguesa en la que se rompieran las estructuras del Antiguo Régimen”. (El autor de estas palabras no conoce que hubo una Constitución de 1812). A pesar de ello, España “estaba dividida en dos grupos mutuamente hostiles: los terratenientes y los industriales por un lado, y los obreros y los campesinos sin tierra por otro”. Y, así, “la Guerra Civil fue consecuencia de los esfuerzos de los líderes progresistas de la República por llevar a cabo la reforma contra los deseos de los estratos más poderosos de la sociedad”.
¿En qué vemos que el autor recurre a una paranoia conspiranoide? Amparado en su desconocimiento de la Historia de España, el escritor señala a unos actores que no son específicos, concretos, sino que son un grupo autoperpetuado con intereses comunes, y antitéticos con los de otros grupos. Son, simplemente, los de arriba contra los de abajo. El autor no identifica quiénes son, qué intereses específicos poseen, por qué son los mismos los de terratenientes e industriales (o los de campesinos y obreros). Ni explica el motivo por el que unas reformas pudieran beneficiar a todos los grupos, de modo que ese beneficio facilitase el acuerdo entre grupos diferentes. Pondré un ejemplo: durante la II República se intentó llevar a cabo una reforma agraria. Ese intento continuó durante el franquismo con el Instituto Nacional de Colonización. Pero ambos quedaron obsoletos con el éxodo del campo a la ciudad, gracias al tardío desarrollo del capitalismo en la España de Franco. El autor no concibe siquiera que algo así pudiese ocurrir.
Esta conspiranoia es muy parecida a otras, como las ideas sobre una conspiración judía. La continuidad histórica del pueblo judío tendría una manifestación en una élite con intereses comunes y autoperpetuados, de modo que la conspiración es la misma en la Rusia de comienzos del XX que en los Estados unidos de comienzos del XXI. Es siempre la misma estafa intelectual, la de Paul Preston en su libro La Guerra Civil Española, la de Los protocolos de los sabios de Sión, el Pizzagate o cualquier otra.
Es fácil desmontar una teoría conspiranoica. Sólo hay que hacer una serie de preguntas de sentido común: ¿quiénes son? ¿Qué actos específicos les vincula con los hechos? ¿Qué documentos refrendan el relato?… y si no hay respuestas concretas, ya sabemos a qué nos enfrentamos.
Foto: Noelle Otto