El ser humano es manipulador y, además, proclive a ser manipulado. No es un rasgo innato, pero sí es inherente a la persona. Ni hombres ni mujeres son buenos por naturaleza, sino que contienen predisposiciones hacia la bondad y la malignidad, siendo el entorno el que favorece que triunfe un comportamiento u otro. Como todos los rasgos de la conducta, la manipulación tiene ingredientes pertenecientes al nacimiento, otros al crecimiento y desarrollo y otros a la crianza. Se necesita de un aprendizaje para que surja con efectividad la capacidad de engañar y, por lo tanto, de manipular.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la manipulación? Es un concepto que se usa a diario, tanto a nivel coloquial como profesional, pero que rara vez se explicita. Si nos detenemos en su dimensión social, la manipulación se explica en términos de poder. Por otro lado, su dimensión cognitiva explica cómo un discurso manipulativo controla el procesamiento del discurso y la formación de modelos mentales y representaciones sociales. A pesar de tener asociaciones negativas por ser una práctica que transgrede las normas sociales y los convencionalismos, es parte de la comunicación cotidiana y no siempre es dañina.
Podemos encontrarnos en el día a día con una manipulación benigna. Son esos profesores, instructores, entrenadores y actores, entre otros, que intervienen en la conducta ajena para inducir unas ganancias, tanto a la persona “manipulada” como para ellos mismos. Incluso la manipulación está presente en la seducción amorosa, al tratar de fascinar al otro. Por lo tanto, no se puede prescindir de esta conducta, ya que no dejamos de ser seres sociales que trabajamos en colaboración.
El discurso manipulador a gran escala tiene como objetivo principal que la gente crea y actúe en función del punto de vista del comunicador. Basta con fijarse en los predicadores políticos y religiosos para observar los discursos manipulativos que utilizan y como estos son asimilados por la gente
También hay una suerte de impostores excepcionales que bien por su profesión bien por alcanzar un objetivo aprenden a usar identidades falsas, el camuflaje y el engaño. Dentro de los impostores benignos se encuentran los detectives, por ejemplo, que su profesión está relacionada con el espionaje. En el otro lado de los impostores excepcionales, encontramos a los tóxicos. Aquellos que cometen delitos (robos, timos y estafas) o que simulan y falsean dolencias y dolores: los enfermos imaginarios. Estos enfermos incluso llegan a ser profesionales, siendo su objetivo eludir responsabilidades y obligaciones u obtener compensaciones o la prescripción de fármacos, por ejemplo.
Pero sin duda alguna, los manipuladores que adquieren relevancia y despiertan mayor curiosidad e interés son los peligrosos, los que sistemáticamente buscan su satisfacción a costa de perjudicar a los demás. Me refiero a esas personas que presentan rasgos de los pilares de la perfidia, es decir, la denominada tríada oscura: maquiavelismo, narcisismo y psicopatía. De los tres rasgos, el maquiavelismo es el característico de los manipuladores. Aun así, hay que tener en cuenta que, al igual que la mente es extraordinariamente compleja, la manera en la que se puede influir y manipular a los demás atiende a intrincados procesos.
Hoy en día, la neurociencia y las investigaciones psicobiológicas nos muestran con claridad y relevancia, que no con determinismo, una parte de esos procesos que intervienen en las artes de la manipulación tóxica. Para ahondar en este rasgo y otras cuestiones relacionadas, he tomado como principal referencia el último ensayo de Adolf Tobeña: Manipuladores. Psicología de la influencia tóxica. Pues Tobeña recoge en su libro los diferentes estudios psicobiológicos publicados en relación a la conducta manipulativa.
Saber mentir
El maquiavelismo se caracteriza por cuatro ausencias básicas: de afecto y compromiso para con los demás, de preocupaciones por las normas y convencionalismos, de convicciones ideológicas y de psicopatología. Es decir, se define por una frialdad e insensibilidad empática como rasgos claves. Además, es determinada por cualidades manipuladoras destacadas, como la mentira, que constituyen una habilidad indispensable para saber estar y actuar en determinados estratos de la vida comunitaria.
Los diferentes estudios constatan que hay dos zonas concretas de la corteza prefrontal (anterior y lateral) que están implicadas en el maquiavelismo. Pero no tanto porque estas zonas estén o no lesionadas, sino por las condiciones de trabajo de las mismas y en función de si hay estímulos sancionadores o no. Así, todo parece indicar que la conducta maquiavélica es fructífera cuando no hay sanciones y está garantizado el anonimato. Esto es evidente en el uso de los medios digitales y las redes sociales. El hecho de poder crear un perfil anónimo y que no se apliquen sanciones contingentes y rápidas ante comentarios difamatorios, peyorativos, incitadores del odio o la violencia facilita el desarrollo de las personas manipuladoras en el ciberespacio. Además, el hecho de ser las redes sociales relativamente novedosas e instantáneas posibilita la difusión fructífera de cualquier idea, sobre todo de las mentiras. Es lo que ocurre con las denominadas “fake news”: pseudonoticias, rumores, noticias manipuladas o falseadas que, al no pasar por ningún filtro que garantice su veracidad, se diseminan, se viralizan, con rapidez. Aprovechan la inmediatez y el hecho de que la gente tiende a compartir la información que perciben como más nueva en lugar de la contrastada (conlleva tiempo para demostrar su veracidad). Los estudios al respecto han demostrado que la difusión de mentiras en las redes sociales y medios digitales se debe principalmente a la acción humana, y no tanto a los denominados bots (programas informáticos que efectúan automáticamente tareas repetitivas a través de Internet). Estos bots difundían, según los estudios, tanto ideas veraces como falsas de forma indistinta. Sin duda alguna, la ausencia de estímulos sancionadores, junto con los complejos escenarios de comunicación digital que se están dando y desarrollando, tal y como explica Tobeña, todo apunta a una degradación progresiva de las relaciones interpersonales por el aumento y expansión de las acciones manipuladoras sin límites.
Considero que merece especial atención la manipulación online del futuro: los deep fakes. Vídeos manipulados en los que se toma imágenes y sonido previo de una persona para crear un nuevo vídeo en el que supuestamente la persona afirma una idea que nunca expresó. Es gracias a un algoritmo dado a conocer por la Universidad de Washington, que presentó un proyecto piloto al respecto y en el que utilizaron la imagen del expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, para mostrar las posibilidades del algoritmo que manipula vídeos sincronizando sonidos con movimientos faciales. Algunas personalidades famosas, como Scarlett Johansson, han sido víctimas de los deep fake. El problema no reside ya en el hecho que alguien cree este tipo de vídeos, sino en los difusores de los mismos. Manipuladores que usan las herramientas a su alcance para modificar la conducta, el pensamiento o las intenciones de voto, por ejemplo, de las personas.
Se pensaba que la tecnología iba a facilitar la cordialidad, el conocimiento y la comunicación, pero viendo la realidad dada se ha convertido en una herramienta que propicia litigios y combates, discordias y polarizaciones. Pues como se ha visto, una falsedad genera más interés y sorpresa que una certidumbre. No obstante, que el escenario que tenemos delante de nosotros no sea óptimo, no quita que se deba diseñar de manera global espacios y puntos de resistencia, con filtros exigentes, para comprobar la veracidad o no de las ideas difundidas y, por consiguiente, con sanciones contingentes que maximicen el éxito de la resistencia y la reinserción de estas personas.
Todos manipulamos
Pensar que solo las personalidades maquiavélicas hacen uso de la manipulación se aleja de la realidad. Solo un 30% de la gente es honesta y fiable y no necesitarían de normas y leyes. El resto (70%) usa las versátiles herramientas del engaño para manipular a los demás. De ese 70%, un 25% sistemáticamente busca perjudicar a los demás y un 5% constituyen la tríada oscura y peligrosa. Al final, queda un 60% de gente dispuesta o no a engañar y perjudicar en su propio beneficio si el entorno y las condiciones les favorece.
Tal y como reflejan los estudios que recoge Tobeña, los hombres tienden a obtener puntuaciones más altas que las mujeres en los test de maquiavelismo. Sin embargo, lo que realmente distingue a hombres y mujeres es el estilo manipulador, siendo los hombres de tácticas directas y a corto plazo y las mujeres a largo plazo. Cabe esperar que al igual que los datos son concluyentes en los estudios sobre estilos de competitividad y de procesamiento afectivo y cognitivo en función del sexo, sea así en el maquiavelismo. No obstante, poco se ha estudiado las diferencias sexuales en torno a la manipulación.
Lo que es común a todos es el talento singular para mentir. Junto con la simulación, la impostura y el camuflaje conforman otro de los vectores esenciales de la manipulación. Rasgos que se encuentran también en la base de la comedia. Basta con observar a los más pequeños para percatarse de las tretas y mentiras que usan con el fin de manipular a sus padres u otras personas cercanas. En torno a los 6 años de edad se alcanza un alto nivel de destreza engañando. Tanto que alrededor del 80% de los niños mienten y un 50% son capaces de elaborar explicaciones falsas, tal y como indican los estudios. Estas habilidades siguen desarrollándose y aumentan a lo largo de la adolescencia, sobre todo cuando se van dando interacciones sociales complejas que varían según el entorno y las reglas de cada contexto. Podría decirse que este proceso de aprender a mentir se culmina a nivel profesional.
En algunos ambientes podemos encontrarnos con trepadores profesionales. Según la Machiavellian Personality Scale (MPS), una escala que analiza los rasgos maquiavélicos en el ámbito empresarial, estos trepadores presentan desconfianza sistemática en los demás, tendencia a valerse de trampas y engaños amorales, tienen la necesidad de ejercer control sobre el comportamiento de los demás y aspiran de forma tenaz e insaciable con escalar y aumentar su estatus. Es decir, anteponen sus objetivos e intereses antes que los de los demás, provocando incluso daño. Rasgos propios del Factor D, es decir, «la tendencia general a maximizar la propia utilidad individual, sin tener en cuenta, aceptar o provocar de manera malintencionada la falta de utilidad para los demás, acompañada de creencias que sirven como justificaciones». Este factor viene delimitado por 9 rasgos perniciosos (egoísmo, maquiavelismo, desvinculación moral, narcisismo, legitimidad autoindulgente, psicopatía, sadismo, apetito de estatus y rencor vengativo) y, tal como apuntan las investigaciones, cabe esperar que si una persona exhibe un comportamiento malévolo específico tendrá una mayor probabilidad de participar también en otras actividades malévolas. Todo ello es evidente en casos de incumplimiento de normas, mentiras y engaños en los sectores corporativos o públicos. Lo que difiere de una persona a otra son los aspectos predominantes, tal y como muestran las evidencias: mientras que los maquiavélicos necesitan acentuar el trabajo de algunos sistemas neurales para mentir, en los psicópatas esos dispositivos funcionan de modo automático y optimizado.
Junto a ello, hay una sustentación neural para la influencia que ejercen los rostros en dos dimensiones: ambición/dominancia y confianza/fiabilidad. Aunque no son indicadores fiables del carácter, la persuasión comienza ahí, con el rostro, el porte y la voz. De esto saben mucho la publicidad y el marketing, que se encargan de acentuar y magnificar estos aspectos para influir con expectativas en los consumidores, por ejemplo. También se sirven de la huella digital que las personas dejan a diario en sus interacciones en internet. De este modo, dirigen la manipulación hacia nichos concretos de influencia, a través del uso de la persuasión masiva, tanto si es benefactora como perjudicial. Aun así, no se ha estudiado pormenorizadamente aun los efectos de la manipulación sobre el cerebro ajeno.
Lo que es evidente es que la manipulación a gran escala tiene como objetivo principal que la gente crea y actúe en función del punto de vista del comunicador. Basta con fijarse en los predicadores políticos y religiosos para observar los discursos manipulativos que utilizan y como estos son tomados por la gente. Todos los líderes lo hacen por definición. Aquí surge un punto clave en la manipulación de masas: los arrastres persuasores de estos gran comunicadores incitan a sus acólitos para que se ocupen de que el mensaje no decaiga en sus efectos. Surgiendo una retroalimentación entre el manipulador y sus seguidores manipulados. Proceso a tener en cuenta a la hora de revertir una idea falsa.
Influir: de interacción social ventajosa a influencia tóxica
En palabras de David Buss y col., en «Tactics of manipulation»
“La manipulación consiste en el uso intencional de tácticas para imponer, influir, cambiar, invocar o explotar a los demás. No es necesario, sin embargo, que esa intencionalidad sea maliciosa. La manipulación es la herramienta más socorrida para interactuar con el entorno ya que hay infinitas maneras de intentar influir sobre él”. [Journal of Personality and Social Psychology, vol. 52, nº 6, p.1220].
Es cierto que una cosa es atraer o influir y otra manipular usando técnicas de persuasión. No obstante, es manifiesto que hay una carga génica nada trivial de la deshonestidad. A la vista de los estudios, hay un 70% de personas dispuestas a engañar o defraudar en ausencia de sanciones. Lo que marca la diferencia de forma notable es el efecto del ambiente único, pudiendo resultar decisivo en la elección de un curso vital honesto o deshonesto. Es decir, el aprendizaje y la implicación individual tienen una gran importancia ante las disyuntivas con carga ética.
Todos manipulamos y para ello se requiere una buena conjunción de los sistemas neurales para que la manipulación social sea efectiva. Pues la interacción social es muy compleja y requiere de todo tipo de ajustes, adaptaciones y herramientas que se han de amoldar a los entornos y las propias capacidades.
Hay manipuladores porque hay manipulados, es decir, es una cuestión de dos. Y si hablamos de internet y sus redes sociales es cosas de todos. Para ello no hay antídotos, pues las destrezas manipuladoras forman parte de la vida social. Pueden aportar ventajas, por lo que van a seguir siendo imprescindibles. Ahora bien, eso no quita que las personas se esfuercen por detectar la manipulación abusiva para evitar, en la medida de lo posible, los daños.
La manipulación se ha ido adaptando a la era digital y juega un papel coercitivo en la comunicación y, más concretamente, a través de los discursos propagandísticos. Decía Teun van Dijk (lingüista holandés) en «Discurso y manipulación» que
“La manipulación no solo involucra poder, sino específicamente abuso del poder, es decir, dominación. En términos más específicos, pues, implica el ejercicio de una forma de influencia ilegítima por medio del discurso: los manipuladores hacen que los otros crean y hagan cosas que son favorables para el manipulador y perjudiciales para el manipulado. En un sentido semiótico de la manipulación, esta influencia ilegítima también puede ser ejercida con cuadros, fotos, películas u otros medios. De hecho, muchas formas contemporáneas de manipulación comunicativa, por ejemplo, por los medios de comunicación son multimodales, tal como es el caso, típicamente, de la propaganda” [Revista Signos, 39 (60) (2006), p.51].
A todas vistas, parece que la manipulación es más efectiva que la argumentación. Probablemente porque las técnicas de manipulación nos dejan la ilusión de libertad.
Nota: Este artículo se publicó en euromind.global, la web de Euromind
Foto: Robert Zunikoff
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