Preguntar a los españoles sobre sus intenciones futuras tiene sus riesgos. El primero de ellos, claro está, es creérselas. Las empresas demoscópicas tienen que lidiar con nosotros, un pueblo que apenas le da valor probatorio a los testigos. Pero estas empresas nos conocen, saben cómo interpretar lo que les decimos, y pasan nuestras respuestas por el cedazo de la técnica.

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¿Aciertan o no, las encuestas? Según un estudio realizado por la Universidad de Southampton y por la Universidad de Austin, las encuestas tienen un grado aceptable de acierto, y su capacidad para adelantarse al resultado final no ha cambiado en los últimos años. El estudio ha observado 30.000 encuestas en 351 elecciones generales en 45 países, durante un período de 72 años (de 1945 a 2017). El error medio está en torno al 2 por ciento desde el año 2000, y aunque ha ido cambiando con el tiempo no se observa una tendencia a crecer o decrecer.

En España está pasando lo mismo que ya se empieza a ver en los Estados Unidos, allí por el crimen y la situación económica, en nuestro país por esto último: que la izquierda woke es como la mentira. Tiene las patas muy cortas

Claro, que las encuestas que estudiaban estas dos universidades son las que anteceden a las elecciones cuando están convocadas, y lo que me interesa en este momento son las encuestas actuales, a un número indeterminado de meses de las próximas elecciones. ¿Reflejan las encuestas un panorama cierto del estado de opinión de los españoles? Como el principio de indeterminación de Heisenberg, aquí hay una interacción entre la observación y la situación real que hace difícil valorar si es así.

Además, el hecho de que no haya fecha electoral permite a los encuestados responder a estrategias distintas de las de mostrar su intención de voto. El hecho de que, cuando están en su salsa, las encuestas tiendan a ser certeras, no asegura que fuera de la convocatoria electoral su capacidad de acierto sea el mismo. Y no hay modo de comprobarlo; no se puede contrastar con un voto real cuando, precisamente, no hay perspectiva de votar.

El hecho de que las encuestas evolucionen conjuntamente en el mismo sentido podría darnos una mayor confianza, siempre que esa evolución sea fruto de un análisis independiente de cada empresa. Pero como todas atraviesan un paisaje con neblina, pueden caer en la tentación del pensamiento de grupo. Y entonces las valoraciones a partir de las encuestas no serían tan independientes. Hay situaciones donde ese “pensamiento de grupo” parece funcionar. Ninguna encuesta otorgó a Podemos su fuerza electoral real en las elecciones europeas de 2014. Ninguna se atrevió a señalar que Vox, en las penúltimas elecciones andaluzas, iba a tener una presencia importante en el parlamento regional.

Con todo, yo creo que cuando hay tendencias consistentes entre las encuestas, y a lo largo del tiempo, y el resultado se puede explicar con una exposición de la situación política, yo tiendo a otorgarles valor.

Y lo que dicen estas encuestas es que la izquierda, en España, pasa por un mal momento. Según el electopanel, que no es exactamente una encuesta, el PP le saca ocho puntos de ventaja al PSOE, y sumada su fuerza a la de Vox, el centro derecha concita el apoyo del 47,9 por ciento de los electores. Sería el 49,2 por ciento, sumando a Ciudadanos.

Las encuestas recogen una situación parecida. Según NC Report para La Razón, los tres partidos del centro derecha suman el 48,6 por ciento del voto. Simple Lógica para eldiario.es da un resultado casi igual: 48,9 por ciento. DYM para 20 minutos: 48,1 por ciento. IMOP para El Confidencial: 49 por ciento.

No es necesario mencionar más encuestas. Y tampoco es necesario hacer muchas disquisiciones sobre el resto del voto. No todo el voto que no está comprendido en estas siglas es de izquierdas, aunque lo sea mayoritariamente.

Es cierto que algunos partidos nacionalistas y endófobos españoles, catalanes y vascos, que estaban en la derecha, han adoptado los discursos de la izquierda. Es hasta cierto punto inevitable. Primero, porque el nacionalismo es una forma de izquierda. Y segundo, porque el discurso nacionalista es tan brutal (consiste en imposiciones y prohibiciones basadas en un tribal esquema nosotros-vosotros), que tiene que asimilarse con la ideología dominante para hacerse más aceptable. Pero eso no quiere decir que su voto se haya vuelto de izquierdas. Sensu contrario, Vox adopta una ideología que, en algunos aspectos, es netamente de izquierdas. No sólo por su protonacionalismo español, sino por su propuesta económica y su discurso anticapitalista.

Así, las encuestas muestran dos fracasos concomitantes: el del Gobierno, y el de la nueva izquierda woke. Están tan cerca un fracaso de otro, que resulta tentador tratarlos como uno solo. Y quizás debamos hacerlo así.

Lo que caracteriza a la izquierda posmoderna es la renuncia a la verdad. O bien no podemos conocerla, por el pesimismo epistemológico de Kant, o bien aceptamos que simplemente no existe. No nos podemos guiar por ella, ni por su conocimiento, para la acción. Pero observamos que las personas reaccionan a lo que piensen que sea real. Que el lenguaje conforma nuestra acción, o al menos lo condiciona. Que los sentimientos se superponen a la razón, y que ésta en última instancia no tiene mayor importancia porque no tiene verdad en que anclarse. La única relevancia de la razón es el prestigio que retiene. En consecuencia, es el propio lenguaje lo fundamental. El lenguaje o, en realidad, el relato. No es la verdad, sino lo que decimos de ella como si existiera. Eso es lo que importa.

El gobierno de Sánchez nos ha anegado con relatos sin asidero en lo que podamos pensar que es la realidad. El propio presidente ha dicho una cosa y su contraria con el mismo convencimiento y con apenas unos días o unas horas de diferencia. Pero esa realidad tiene más contingencia de la que cree la izquierda woke, y está arrasando al Gobierno y a sus aliados. En España está pasando lo mismo que ya se empieza a ver en los Estados Unidos, allí por el crimen y la situación económica, en nuestro país por esto último: que la izquierda woke es como la mentira. Tiene las patas muy cortas.

Foto: Oscar Keys.


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