Al final, InfoVloguer y Los Meconios no cantaron “ojalá volvamos al 36”, como creían haber oído en el programa Hoy por hoy de Angels Barceló. Sensu contrario, los cantantes, llamémosles así, se lamentaban de que, si España continúa por el mismo rumbo, “vamos a volver al 36”.

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El programa ha rectificado, aunque que yo sepa no se ha felicitado del espíritu de concordia de estos artistas, que quieren evitar repetir los horrores de un nuevo enfrentamiento civil. Quizás en esta ocasión hayan marrado el tiro, pero los hacedores de Hoy por hoy pueden dedicar ese mismo espíritu de concordia a denunciar que el PSOE se empeña en dedicar una placa en Madrid a Francisco Largo Caballero, que mostró su deseo de que se precipitara una guerra civil en España poco antes de que las dos Españas, con el protagonismo del mismo dirigente del PSOE, se precipitaran en una lucha fratricida.

En la democracia directa no median los partidos, ni tienen tanto poder las organizaciones de todo tipo que hacen de rémoras de la democracia. Ellos lo saben, y aprovechan este instrumento de las democracias occidentales para avanzar en sus propuestas

Mientras esperamos que Angels Barceló recoja esta propuesta, creo que podemos prestarle atención a otro fenómeno que tuvo lugar este fin de semana en el evento político y cultural de Vox llamado Viva 22.

Ese fenómeno no es el de Javier Milei. Tampoco el de Macarena Olona, que intenta recomponer su vida en pleno divorcio; una ruptura que parece definitiva y sin vuelta atrás. No. Se trata del programa político España decide.

El documento, nos informa Marcos Ondarra, busca “plantear los debates que estaban siendo hurtados a los españoles, sin aceptar ninguna imposición del consenso de los partidos, sobre todo porque ya es evidente que no se corresponde con la voluntad mayoritaria del pueblo español”.

He de reconocer que Vox ha tardado en dar este paso, seguramente porque lo tenía decidido desde el primer momento y quería guardarse esta opción, que ningún otro partido va a plantear, para el momento más oportuno para ellos.

Los referéndums están previstos en la Constitución española. El artículo 92 prevé la celebración de referéndum consultivos, de carácter no vinculante. Esos referéndums sólo los puede convocar el Gobierno, de modo que forman parte del material de negociación con el Partido Popular para sustituir a Pedro Sánchez y su banda después de las próximas elecciones.

Aunque la Constitución lo contemple, lo cierto es que en la práctica de nuestra Constitución sólo tiene cabida la democracia directa, salvo cuando hay que cumplir con los procesos que habilitan un cambio en la Constitución. No somos como los estados de los Estados Unidos, o como Suiza, que tienen una democracia directa muy activa.

¿Por qué era cuestión de tiempo que Vox diese ese paso? Cuando fui redactor jefe de la sección de Internacional del diario de papel La Gaceta, seguí con vivo interés, pero con más preocupación que algunos de mis compañeros, todo el fenómeno de la derecha nacionalista europea. Sólo al final de aquellos años (2012 y 2013) se concibió y se creó Vox. Y en un principio era un partido bastante distinto de lo que es ahora. Aquí era un lugar común que el PP devoraba a todo lo que hubiera a su derecha, e incluso la lectura de los CIS de la era pre Tezanos mostraba que los votantes más fieles del PP eran los que estaban más a la derecha, en contra de lo que muchos analistas decían entonces.

La derecha nacionalista europea siempre había estado a tortas entre sí. La construcción de una identidad nacional sólo se puede afirmar frente a otras, y esas reuniones de gallos solían acabar en peleas. Pero en esos primeros años de la pasada década había fuerzas que las unían con más fuerza que antes. Una de ellas es la cuestión democrática.

Estos partidos habían llegado a la convicción de que representaban a una parte del electorado muy importante, pero que no tenía cabida en el sistema político nacional. El caso del Frente Nacional era clarísimo. El sistema uninominal a dos vueltas, que había expulsado eficazmente a los comunistas de la participación en las instituciones en la medida de sus apoyos, ahora expulsaba al electorado de los Le Pen.

Esa expulsión sistemática de una parte del electorado tenía un nombre: Frente republicano. En la segunda vuelta, algunos gaullistas votaban socialista, o viceversa, para cerrarle el paso al FN. Pero ese frente no podía funcionar si no era en torno a algunas ideas comunes, opuestas a lo que planteaba Jean Marie, e incluso a lo que planteaba Marine. Y ahí estaban: europeísmo, multilateralidad, apertura de las fronteras a la llegada de inmigrantes…

Pero, en realidad, había otras políticas que formaban parte de aquel consenso, y que era aceptado no sólo por el Frente republicano en Francia, sino por todos los grandes partidos europeos, o casi todos. La lucha contra el cambio climático. La lucha contra los estereotipos asociados a los homosexuales, aunque fuera a costa de crear otros nuevos. El aborto como medio de liberar a la mujer de las consecuencias no deseadas del sexo. Podemos seguir añadiendo elementos, pero el cuadro casi lo podemos ver con nuestros ojos.

Estos elementos forman parte de un consenso que, en parte, y en realidad en gran parte, está fabricado fuera del proceso democrático. No surge de debates nacionales, sino que se concibe en organismos internacionales y cae sobre las opiniones públicas de los distintos países en los mismos términos. Las distintas opiniones públicas lo acepan tal cual; el mensaje es casi el mismo de un partido a otro, y no digamos de un medio de comunicación a otro.

Es un proceso eficaz, pero escasamente democrático. Los partidos nacionalistas son la herramienta política del descontento, de esa parte de la sociedad que no acepta lo que aceptan los demás. Y esa parte puede ser muy minoritaria, pero también puede ser amplia. Todos lo saben, y los partidos nacionalistas europeos lo aprovechan planteando referéndums. En la democracia directa no median los partidos, ni tienen tanto poder las organizaciones de todo tipo que hacen de rémoras de la democracia. Ellos lo saben, y aprovechan este instrumento de las democracias occidentales para avanzar en sus propuestas.

Vox plantea, lo escribo con una infinita pereza, lo que llama “la soberanía energética”, cuando lo importante en una economía abierta es la seguridad energética; un concepto bien distinto. También quiere que los españoles voten para controlar la inmigración, para recentralizar el modelo educativo (cuando lo que hay que hacer es hacerlo más distribuido hacia los padres y las empresas educativas), recuperar el principio de igualdad ante la ley, ilegalizar los partidos secesionistas, crear un plan nacional del agua y cortar las subvenciones a las organizaciones políticas.

Yo no le niego mérito al razonamiento que identifica el fracaso del sistema representativo indirecto, pero tampoco le arriendo la ganancia al sistema directo. Ahí está California, por poner un ejemplo, para ilustrarlo. De lo que no cabe duda es de que Vox aprovecha hasta el último rincón del sistema para hacer avanzar su programa.

Foto: Vox España.


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