Es muy corriente considerar que el panorama político español es muy monótono, que pasan los meses y seguimos con las mismas peleas, pasan los años y tampoco cambian mucho las cosas. Además, mientras tanto, el país se desliza por la pendiente de la insignificancia absoluta en el plano internacional, se empobrece y sólo crece la resignación. Esto da una cierta idea de inamovilidad, de que nuestra situación no es fruto de ningún plan ni de ninguna condena, pasa simplemente que no parece que seamos capaces de ser más de lo que somos ni de hacer nada distinto a lo que hacemos.

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El PP dice que confía en la alternancia, pero me temo que en esto están bastante solos, mejor dicho, tienden a confundir la desesperación de muchos con la esperanza en su propio triunfo electoral. Pero abundan los que se temen, también en el PP, que se repita lo que pasó en julio de 2023, el gran chasco. Otros mantienen una fe difícil de entender y te aseguran, sin pararse a ver la cara de asombro de su interlocutor, que la cosa está al caer, que Pedro Sánchez ya tiene cara de expresidente.

De momento, el PP ha decidido retrasar sine die su Congreso para no dispersar la atención en el objetivo inmediato, una estrategia de demora y camuflaje que, la verdad, no parece lo más inteligente

Y en esto venimos a parar en lo que dicen las encuestas. Los titulares de los medios conservadores suelen aludir a que la suma del PP con Vox ya tiene una amplia mayoría, pero olvidan que esa misma mayoría ya tenía cara y ojos antes de julio del 2023, aunque bastó la afirmación de que venía un gobierno con Vox en el puente de mando para que las cañas se volvieran lanzas, o al revés. Muchos pensarán que esto es injusto, absurdo incluso, pero si piensan así, puede asegurarse que de la política tienen una idea algo elemental.

Parece que el motivo más obvio para pensar en esa unión supuestamente victoriosa está en que, según los augurios, el PP baja, mientras Vox sube, pero eso sucede a la vez que el PSOE se recupera en medio del pandemónium político, judicial y de opinión pública que rodea a su líder y a sus imaginativas salidas para permanecer en la Moncloa. Si no me confundo, a nada que la realidad se parezca a estas instantáneas de opinión, es bastante poco probable que alguien como Feijóo consiga ser investido en el momento en que toque, momento que será escogido, no hay que olvidarlo, por el supuesto futuro expresidente, el inefable Pedro Sánchez.

Muchos electores del arco de la derecha más o menos liberal se fían de la promesa implícita en toda democracia, que los malos gobiernos son destituidos pacíficamente por los electores lo que da lugar a que se instalen en el gobierno fuerzas de signo distinto. Se trata de una teoría hermosa pero no lo suficientemente sólida como para sentar en ella ninguna esperanza cierta. La inmediata destituibilidad de Pedro Sánchez se dio por hecha en 2023 y desde entonces ha sido capaz de inventar toda clase de estrategias, triquiñuelas y falsas promesas para asegurarse de lo contrario. No ha sido el primero en descubrir que a la derecha española se la podría burlar con la ayuda de las fuerzas cercanas al separatismo, pero sí ha sido el que lo ha llevado a cabo con gran éxito.

En este punto cabe preguntarse ¿alguien imagina que los nacionalistas y separatistas van a encontrar mejor acogida en el PP de Feijóo que lo que representa el chollo en cesiones que día tras día les concede su adorado Sánchez? Feijóo, por cierto, se afana ridículamente en intentarlo hablando, por ejemplo, de “bilingüismo cordial” o de eufemismos similares, como cuando llegó a asegurar que no fue investido por no haber querido.

La situación política española es, por tanto, pasmosa porque parece que nos encontramos en una especie de callejón sin salida y los que tendrían la obligación de buscar solución no hacen otra cosa que seguir haciendo lo que saben, ir tirando, apoyando con cálidos aplausos, por ejemplo, al presidente valenciano que no ha tenido el buen gusto de pensar por un minuto, ni siquiera, si debiera irse a su casa a la vista del papelón que le ha tocado representar. Cuando le reprochan a Sánchez que hace lo que sea por seguir en la Moncloa bien podrían preguntarse si están haciendo algo que de verdad pueda evitarlo, de momento no parece.

En el PP las dimisiones parecen estar reservadas para los demás y cuando se pregunta a alguno de ellos si van a dimitir pese a haber protagonizado un desastre o un ridículo, responden diciendo que dimitir sería una cobardía. Todo un ejemplo que sirve para que los electores confirmen la imagen que tienen de ese partido y que, al parecer, a quienes lo dirigen les parece tan buena que resulta imposible de mejorar y por eso no hacen nada.

Tenemos pues, dos problemas de cierta importancia política. Uno muy de fondo, que la derecha española no parece ser capaz de encontrar la respuesta eficaz frente a la izquierda que le permita acercarse a ganar, al menos, en la mitad de las ocasiones. Desde 1977 el PSOE ha gobernado el doble número de años que la derecha (UCD y luego PP) si se consuma la amenaza, nada inverosímil, de que Sánchez consiga llegar medio muerto, pero medio vivo, a 2027.

El segundo problema es menos de fondo, pero más hiriente, resulta que desde 2019, en que el PP sacó bastante menos del 50% de los votos que tuvo en 2011, este partido no consigue dejar atrás en las encuestas al personalísimo y esperpéntico PSOE de Sánchez, que este no se hunde, y el PP no se levanta, haga lo que haga y no repito aquí la lista de disparates de Sánchez para no aburrir.

¿Esto es normal? No lo parece. Salvo echar la culpa al empedrado, el PP debiera preguntarse por las razones de fondo para que ocurra lo que, en efecto, está sucediendo. De momento, el PP ha decidido retrasar sine die su Congreso para no dispersar la atención en el objetivo inmediato, una estrategia de demora y camuflaje que, la verdad, no parece lo más inteligente que se le puede ocurrir a un político con ganas de hacer algo distinto a heredar.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web