En un reciente mitin Pedro Sánchez ha dicho que «la izquierda nada tiene que ver con Maduro, que la izquierda es todo lo opuesto a Maduro». Nuestro docto presidente no apuntaló sus palabras con argumento alguno.
Ante tan rotunda afirmación enseguida me vino a la mente la escolástica medieval. Mi imaginación se puso a fantasear. Imaginé entonces una distópica España donde la aseveración de Sánchez, cual dogma teológico, se asumiese por fe, revelación de algún libro sagrado o por la autoridad indiscutida de algún presunto sabio. ¿Qué nos diría el escolástico Pedro Sánchez para justificar su tesis?
Todo gobernante de izquierdas es un justo gobernante. Juan es un gobernante de izquierdas. Luego, Juan es un justo gobernante
Probablemente utilizaría el razonamiento silogístico. El ejemplo más clásico y famoso del susodicho razonamiento aristotélico expresaba que todo hombre es mortal y que, precisamente por eso, también Sócrates lo es. El nuevo, calcado del anterior, vendría a decir lo siguiente: Todo gobernante de izquierdas es un justo gobernante. Juan es un gobernante de izquierdas. Luego, Juan es un justo gobernante. Pero, ¿qué pasa si Maduro, que muchos consideran de izquierdas, es un tirano? Pues que no es un tirano o no es verdaderamente de izquierdas, que es la opción finalmente elegida por Pedro Sánchez. En virtud de una autoridad infalible (quizá Marx, Gramsci o Laclau), la premisa mayor quedaría intacta: Todo gobernante de izquierdas es un justo gobernante.
Pensé más detenidamente en ese mundo imaginado y descubrí que, después de todo, no era tan disparatado, pues tal escolástica política se aplicó profusamente en los años setenta. Cada vez se hacía más evidente que la URSS era una cruenta dictadura; sin embargo, muchos no lo veían así. Recuerdo al pobre Solzhenitsyn por televisión contando las penurias padecidas en su celda siberiana y denunciando las perversiones del sistema soviético. Y recuerdo también cómo una hueste de intelectuales se indignó por su mentiroso testimonio. El maltratado Solzhenitsyn se quedó pasmado al constatar el número de personas presuntamente inteligentes que negaban la evidencia y afirmaban que la URSS era un paraíso comunista.
A principios de los ochenta muchos empezaron a definir el sistema político de la URSS como capitalismo de Estado y, en ese preciso momento, dejaron de afirmar que la Unión Soviética era un paraíso. O sea, que finalmente la URSS no era comunista. No obstante, el silogismo seguía funcionando y la premisa mayor seguía intacta: un país comunista es un paraíso, ¡Acabásemos!
Las cosas habían cambiado muy poco desde que Galileo tuvo que admitir, a fuerza de silogismo, que la Tierra no se movía y el Sol giraba a su alrededor
En los setenta el eficaz silogismo desprestigiaba automáticamente a los malintencionados críticos; todos ellos filocapitalistas, contrarrevolucionarios, derechistas y fascistas, Solzhenitsyn incluido. Y es que las cosas habían cambiado muy poco desde que Galileo tuvo que admitir, a fuerza de silogismo, que la Tierra no se movía y el Sol giraba a su alrededor.
La escolástica medieval acabó por ceder ante el empirismo de Francis Bacon y el racionalismo cartesiano. La experiencia y la razón, y no la autoridad de un presunto sabio o de un texto sagrado; eran los procedimientos adecuados para alcanzar sólidos conocimientos. Bacon y Descartes advertían, además, que el razonamiento silogístico servía para exponer con claridad algo previamente asumido como verdad, pero resultaba inútil para deducir una nueva verdad. O sea, que se trataba de un engañabobos.
Obviamente el tema de este artículo no es averiguar si Maduro es de izquierdas o si los gobernantes de izquierdas pueden ser tiranos, bizantinos problemas que rebasan mi capacidad. El asunto, más urgente por básico y elemental, es de orden epistemológico: ¿es mejor ser escolástico, empirista o racionalista? Usted, estimado lector, tiene la última palabra.
Foto: Eneas De Troya