“Sí a la familia natural; no a los lobby LGBT; sí a la identidad sexual; no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida; no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz; no a la violencia islamista; sí a las fronteras seguras; no a la inmigración masiva; sí al trabajo de nuestros ciudadanos; no a las grandes finanzas internacionales; sí a la soberanía de los pueblos; no a los burócratas de Bruselas; y sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla (…)”
Este es parte del discurso que algunos meses atrás diera en Andalucía, Giorgia Meloni, la primera mujer que ocupará el cargo de Primer Ministro en Italia.
El video se hizo viral en las últimas semanas a partir de que las encuestas comenzaban a mostrar que las posibilidades de Meloni eran ciertas. Allí, en apenas segundos, la candidata de Fratelli d’Italia lograba resumir con claridad un posicionamiento al que han denominado desde “ultraderechista” hasta “neo” y “pos fascista”, cuando no directamente “fascista”, en algunos casos aprovechando la coincidencia de cumplirse 100 años de la llegada de Mussolini al poder.
El debate público impulsado por la agenda “sistémica” tanto en lo económico como en lo cultural ha llevado a que se considere “fascista” y “antisistema” prácticamente a cualquier punto de vista que no comulgue con los nuevos preceptos
Lo hemos trabajado aquí ya varias veces y no exponemos ninguna novedad cuando se indaga en las razones que explican este fenómeno que se replica en distintos países y regiones con tradiciones políticas, contextos y escenarios tan disímiles como los de Estados Unidos, Brasil o Hungría.
Es que estamos asistiendo a la combinación de una agenda global que impone un capitalismo financiarizado en lo económico y un progresismo en lo cultural cuyo desenlace está siendo fatal: altos niveles de desigualdad y deterioro de la estabilidad laboral que se presentan bajo las administraciones de expresiones de distinto color político; combinado con una ideología compartida por partidos de izquierda trotskista, centro izquierda populares y de centro derecha, en línea con la visión del oenegismo global, que avanza vertiginosamente contra una serie de valores, estilos de vida e instituciones que forman parte de la cosmovisión y la identidad de una mayoría de personas. Es frente a este “sistema” hegemónico que combina lo económico y lo cultural que en diferentes partes del mundo se suceden resultados electorales que suelen ser interpretados como “exabruptos”, votos “irracionales” movidos por oscuras pasiones, o simplemente, demostración de los nuevos tipos de manipulación. Cuando todo esto no alcanza, el tiro del final supone denominar “fascismo” o “ultra derecha” a todo lo que no responda al sistema antes mencionado. Por supuesto que, en muchos casos, estas apariciones “anti sistema” tienen el apoyo de sectores ultras y radicalizados cuyas ideas se encuentran reñidas con principios democráticos y republicanos. Sin embargo, cuesta imaginar que este tipo de ideas radicalizadas puedan alcanzar amplias mayorías como las que están obteniendo en distintas partes del mundo. ¿Podemos decir, entonces, que el mundo se está volviendo “fascista”? Para responder a este interrogante examinemos el discurso de Meloni antes citado.
El primer aspecto tiene que ver con lo cultural y refiere a la discusión sobre familias tradicionales y lo que ella denomina “lobby LGBT”. En lo personal creo que el concepto de “familia tradicional” conlleva una postura conservadora; además es real que detrás de las críticas a los lobbies LGBT se esconden muchos pensamientos homofóbicos. Sin embargo, ¿podemos decir que quien defienda los valores de una familia tradicional es un fascista? Creo tener razones a favor de la necesidad de tener una concepción más amplia de la idea de familia y me resulta inadmisible que alguien tenga limitados sus derechos civiles por su elección sexual, ¿pero podemos llamar “fascista” a quien considera que la biología juega algún rol en la identidad sexual? Podemos discutir si eso es cierto o no, pero ¿debemos llamarlo “fascista” por, por ejemplo, considerar que una mujer trans corre con ventaja si compite en deportes donde participan mujeres “cis”? ¿Es necesariamente transodiante quien advierte sobre las consecuencias físicas y psíquicas que podrían traer aparejados los tratamientos hormonales sobre menores que se autoperciben trans? Insisto. Quizás estén equivocados. Pero llamarlos “fascistas” parece injusto.
Lo mismo sucede cuando Meloni habla de la cultura de la vida en contra del “abismo de la muerte”, algo que, presumo, refiere a la cuestión del aborto y la eutanasia. En lo personal creo que hay buenas razones para justificar la legalización del aborto y la eutanasia. Esa es mi posición personal. Sin embargo, jamás se me ocurriría llamar “fascista” a quien sostiene lo contrario, especialmente porque también tiene buenas razones para hacerlo. Creo poder dar argumentos en favor de mi posición pero “mi adversario” en este caso también los tiene y no se puede descartar simplemente en tanto punto de vista “sostenido por un dogma” o por razones morales como si no fueran igualmente morales las razones para justificar una posición como la mía.
El tópico de la universalidad de la cruz se debe unir al de la “defensa de nuestra civilización contra quienes quieren destruirla”. El agregado de “no a la violencia islamista” merecería alguna aclaración porque de allí se podría inferir, aunque no necesariamente, que ella reduce el Islam a una religión violenta, lo cual es falso, más allá de que muchos actos de violencia se realicen en nombre de Alá. ¿Pero desde cuándo podríamos llamar “fascista” a alguien que dice que hay que defender las propias creencias y su civilización? Occidente parece ser la única civilización culposa que hace todo lo posible por destruirse a sí misma, (como si fuera la única civilización del mundo que tuviera episodios oscuros de los cuales arrepentirse), y que mira con sospecha a quien sostenga que en su civilización hay valores que merecen la pena defenderse. Por cierto, además, y esto va desde mi lugar de ateo: ¿desde cuándo creer en Dios es fascista? Insisto: yo soy de los que no creo y sostengo, con evidencia empírica, que en nombre de la religión se han cometido muchísimas atrocidades. Pero ¿podemos decir, sin más, que un creyente, al menos en Occidente, no forma parte del juego democrático porque cree en Dios?
Siguiendo con los principios mencionados por Meloni: ¿hay alguien en el mundo que no quiera “fronteras seguras” y que entienda que “una inmigración masiva” es un fenómeno que en contadas ocasiones conlleva beneficios tantos para los inmigrantes como para los receptores? Se dirá que detrás de esas ideas hay muchos racistas. La respuesta es sí, absolutamente. Pero una vez más: que muchos racistas sostengan eso no significa que cualquiera que tenga esa posición sea un racista. De hecho, no hay país ni gobierno en el mundo que defienda ingresos irrestrictos sin ningún tipo de control en sus fronteras, ni siquiera los más progresistas. Está muy bien que así sea y no por eso resultan gobiernos “racistas” o “fascistas”.
Por otra parte, ¿se puede estar en contra de brindar trabajo a los ciudadanos nacionales? ¿Y se puede desconocer que la transnacionalización del capital le quita el trabajo a mucha gente al tiempo que impone un tipo de trabajo esclavizante para otros en recónditos lugares de la tierra por apenas unos dólares diarios? ¿Es fascista afirmar ese dato de la realidad? Naturalmente, muchos se suben a ese dato para adjudicar al inmigrante la razón de sus penurias, lo cual es injusto y objetivamente falso. Pero ¿es fascista quien sostenga que antes que importar ropa hecha en Vietnam es preferible promover la industria local?
Por último, defender la soberanía de los pueblos es un principio sostenido por los nacionalismos en general y muchos fascistas han sido y son nacionalistas. ¿Eso significa que todo nacionalista es un fascista? Podemos dar razones contra el nacionalismo. Las hay y abundantemente. También las hay a favor de avanzar hacia instituciones supranacionales. Pero ¿puede considerarse de antemano que cualquiera que defienda los intereses nacionales y exponga sus razones contra las imposiciones de la “gobernanza mundial”, sea de ultra derecha y portavoz de discursos de odio?
Para finalizar, entonces, es necesario aclarar varios puntos. Por un lado, el debate público impulsado por la agenda “sistémica” tanto en lo económico como en lo cultural ha llevado a que se considere “fascista” y “antisistema” prácticamente a cualquier punto de vista que no comulgue con los nuevos preceptos. Esto no solo impide y debilita el debate público segregando a espacios mayoritarios sino que, sobre todo, banaliza lo que fue y lo que es el fascismo, aun en sus mínimas expresiones todavía existentes.
Por otro lado, en un nuevo capítulo de falacia ad hominem, alguien esgrimirá el “prontuario ideológico” de Meloni y de muchos de sus seguidores; incluso podrá contarnos el origen de su partido y las mutaciones relativas que ha sufrido éste desde sus orígenes hasta aquí. Por si hace falta aclararlo, estas líneas no se proponen defender a Meloni sino intentar entender por qué una expresión como la suya recibe tantos votos. Pero, aunque más no sea como un experimento mental, aceptemos que ella es una fascista y que ha ganado el fascismo mussoliniano en Italia 100 años después como si fuese todo lo mismo. La pregunta sería entonces, ¿qué está pasando para que sea el fascismo el que está adoptando una agenda que representa a las mayorías? ¿No será que la izquierda y los partidos de centro, es decir, los partidos del sistema, están siendo incapaces de responder a los problemas más acuciantes de la gente, esto es, trabajo, inmigración, salud, inseguridad, inflación, etc.? ¿No será que la agenda del “sistema” está desconectándose de lo que la gente cree y quiere independientemente de si esto que quiere y cree es lo correcto o es lo que nos gusta?
A propósito de ello, y la propia Meloni lo ha usado en uno de sus discursos, viene a mi mente unos de los párrafos finales del libro Herejes, publicado en 1905 por el siempre lúcido G. K. Chesterton:
“La gran marcha de la destrucción mental proseguirá. Todo será negado. Todo se convertirá en credo. Es una postura razonable negar los adoquines de la calle; será dogma religioso afirmar su existencia. Es una tesis racional que todos pertenecemos a un sueño; será sensatez mística asegurar que estamos todos despiertos. Se encenderán fuegos para testificar que dos y dos son cuatro. Se blandirán espadas para demostrar que las hojas son verdes en verano”.
Algunos se preguntan cómo puede ser que la derecha y sus expresiones radicalizadas hoy sean rebeldes. Yo me preguntaría qué es lo que está pasando en las agendas de los espacios de centro y de izquierda, para que muchos de los valores que defienden esas derechas radicales, lejos de ser fascistas, parezcan bastante sensatos.
Foto: Mika Baumeister.