El centro-derecha español se ha embarcado, eso dicen, en una renovación estructural que debe abordar un recambio generacional, de ideas y tácticas, incluso de discurso y de visibilidad en la sociedad civil. Estos procesos son frecuentes. Las crisis en los partidos son periódicas; ahora bien, existe la tentación del atajo, de un pretendido spin doctor que se presente como el maestro del pelotazo efímero, pero sería un error.
La derecha occidental ha mostrado tres caminos en los últimos cincuenta años para plantar cara al paradigma socialdemócrata: el tecnócrata, el liberal-conservador y el populista. El primero no funciona en una sociedad infantilizada, con una democracia emocional, con un auge imparable del estatismo, y una cultura dominada por las bioideologías convertidas en auténticas religiones laicas.
La derecha occidental ha mostrado tres caminos para plantar cara al paradigma socialdemócrata: el tecnócrata, el liberal-conservador y el populista
El estilo populista entendido como la batalla al establishment, a su entramado internacional y a la dictadura de lo políticamente correcto, a las trampas de una socialdemocracia que desvirtúa el bienestar social y disuelve la identidad propia, ha resucitado un tipo de comunitarismo que en ocasiones linda con el autoritarismo.
El otro, el liberal-conservador, está en plena decadencia por culpa de la clase dirigente de los partidos que así se apellidan, ya que se rindieron al consenso socialdemócrata para competir con la izquierda, y abandonaron a su élite cultural. Huérfano de creadores y divulgadores, el liberalismo conservador duerme.
En consecuencia, ¿por dónde ha de ir ideológicamente la renovación del centro-derecha español? Es crucial, porque de esas ideas depende el perfil de los dirigentes, el discurso, los conceptos y las acciones políticas de cara a la lucha electoral. Hablaré ahora solo de personas, y dejaré el resto para otras entregas. Y empezaré por ahí porque sé que es lo primero que pensaran quienes tengan que iniciar la renovación del Partido Popular (PP).
El caso francés
Cuando la derecha francesa crujió por la corrupción de sus líderes, enfrentados en primarias, y se desangró por las luchas intestinas, sufrió con François Fillon una amarga derrota. En frente se alzó Emmanuel Macron, un socialdemócrata que había creado su propio movimiento, sin democracia interna ni zarandajas, pero fiel a la voz de Bruselas y al establishment. Era la “gran esperanza” ante el espantajo del Frente Nacional y de la izquierda rancia de Jean-Luc Mélenchon con su Francia Insumisa.
Laurent Wauquiez surgió entonces, en 2017, como líder de Los Republicanos tras derrotar en las elecciones internas a Florence Portelli y Maël de Calan. Heredaba casi un cuarto de millón de militantes procedentes de la UMP de Nicolas Sarkozy, el RPR de Jacques Chirac y los eternos gaullistas. El debate era si la organización debía ser transversal, como lo fue el gaullismo en tiempos, o bien acercarse al nacionalpopulismo de Marine Le Pen, pero sin salirse de los principios republicanos y europeístas.
Pero la clave era si Wauquiez iba a ser capaz de convertirse en el líder de la alternativa a Macron, un oportunista sin más base real que el apoyo de los medios. El primer paso era lograr la paz interna de la derecha tras la tormenta de las primarias anteriores, cruzadas de puñaladas y delaciones, y el fracaso en las urnas. El segundo paso era la firmeza, la demostración de convicciones ideológicas firmes y la labor opositora sin pausa. Los Republicanos eligieron a un político con fama de duro.
El discurso de Laurent Wauquiez es la defensa de los valores republicanos, de la identidad francesa frente a los ánimos de disolución que provienen de la UE
El discurso es la defensa de los valores republicanos, lo que es muy atractivo para el electorado de la derecha y el centro-derecha, como parte de la identidad francesa frente a los ánimos de disolución, vía normativa homogeneizadora, que proceden siempre de la Unión Europea, es decir, de Bruselas. La defensa del orden constitucional, republicano, cívico y ordenado, orgulloso de ser francés sin supremacismos, no se sale de la línea democrática, y planta cara emocional al nacionalpopulismo y a la socialdemocracia suave de Macron. Es estatista, como todo francés desde 1789.
La elección de Wauquiez se hizo sin pensar en un pelotazo, en tomar un tema estrella como la inmigración o, en España, el caso de corrupción conocido como Gürtel, y cuanto antes asaltar el poder a través de los vericuetos legales. El objetivo que se marcaron es renovar la alternativa liberal-conservadora, y tener un líder formado, conocido, cuyo grado de penetración social sea elevado, curtido en la oposición, generador de expectativas, con la imagen de alternativa plausible, que sea capaz de presentarse a las elecciones presidenciales de 2022.
Wauquiez pertenece a la misma generación que Macron, con esa alta educación propia de la élite administrativa que se crea en Francia. Atesora experiencia parlamentaria y de gobierno; de hecho fue ministro y preside la región Auvernia-Ródano-Alpes. Esto último hace que no pertenezca a la oligarquía parisina, tan distinta de los franceses de provincias.
El caso español
Trasladado al caso español, al del PP, se pueden sacar varias enseñanzas. Es necesario orquestar un proyecto, no un pelotazo, sin prisas, para renovar un partido, maltrecho por dentro y por fuera, al que podaron todas las ideas políticas, y donde se produjo un tapón generacional en la gestión pública.
Quizá la solución que dé la cúpula que dirige el PP sea la elección de un primus interpares, con primarias competitivas o no, entre la terna conocida. No obstante, el electorado lo vería como una continuación del marianismo en alguna de sus vertientes.
De ser así, como todo apunta, solo debería servir como transición a un líder joven que, con paciencia y firmeza, encabece una marca absolutamente nueva que conecte con el tiempo que se inició en 2014.
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