Forma parte del juego político y sería perfectamente lícito si no saliera de nuestros bolsillos, que los partidos saquen pecho y muestren músculo militante. La política es un juego de percepciones y es bien sabido que para ganar una contienda es necesario creer que uno puede hacerlo. Salir al campo de batalla derrotado y temeroso es sin duda el primer clavo en el ataúd de la derrota. Partido Popular y Vox han sido los últimos en pavonearse, enseñando en todas las televisiones su capacidad de convocatoria y la buena salud y el alto número de sus huestes. Obviaremos la verticalidad de la estructura de partidos y lo tremendamente complicado que es obtener silla y caja de puros si no se asiste religiosamente a cada uno de estos actos, al fin y al cabo, todos los que se dejaron ver con las banderitas de colores fueron porque les dio la gana. No son sus razones lo censurable de todo este circo, si no quién lo paga y qué subyace en lo que allí se dice. Si acaso también cabe reprochar que no haya forma de diferenciarlos de un aquelarre.

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Tienen en común todos estos fregaos una estética megalómana y, por mucho que unos pretendan diferenciarse de los otros, también el fondo de sus propuestas. Supongo que emulando y fingiendo oponerse a la pestilente Agenda 2030, Vox presentaba su Agenda España. El Partido Socialista ya hace tiempo que hizo los deberes a este respecto y presentó su España 2050 y para dar la razón a todos aquellos que pensamos que la política viene hoy ya a ser un sucedáneo de mala calidad de Cristo, de Mahoma o de Buda, el eslogan popular bajo el que lucieron plumaje era “Creemos”. A ellos les parecerá muy motivador eso de creer en la victoria, a mi me parece más una oración encomendándose a San Judas Tadeo, por si las moscas.

Hoy en día parece una quimera que personajes siquiera lejanamente similares a Thatcher o Reagan surjan en el horizonte patrio. Tristemente tampoco parece viable que puedan aparecer a nivel internacional

Dejando las músicas y los colores a un lado y centrándonos en lo mollar de estas cuitas, es decir, aquello que pudiera afectarnos al resto de los que compartimos escalera de vecinos con estos oradores, un escalofrío desazonador viene a recorrernos el pescuezo. El lector avezado de estas páginas habrá, por supuesto, notado, el afán metiche, la obscena intromisión, la perversa mano negra que todos plantean en sus agendas y discursos.

Como magníficamente narraba el instigador de este grupito de proscritos en “La gran debacle de los planificadores” hace unos días, la planificación y la ingeniería social chocan “con las diferentes necesidades e incentivos de los sujetos que conforman la sociedad” y así lo sufren irremediablemente los burócratas. Sin embargo, y contrariamente a lo que se pueda pensar, la oposición a los llamados progresistas, incentivadores del papeleo inútil y la atrofia de la administración cae en la colectivización tan estúpidamente como estos, “disolviéndola” en figuras distintas a los que la tradicional izquierda utiliza. El ser humano, la vida acaba por abrirse paso, no importa cuan pesada sea la pila de papeles que asfixia al ciudadano.

No sería descabellado plantear que frente a la España 2050 del PSOE o a la Agenda 2030, que se nos plantea internacionalmente, surgieran en oposición movimientos anticolectivistas, desestatalizadores, contrarios de raíz a tanta supervisión. Sin embargo, en España esto no ocurre y no tiene cabida en el panorama político. También ha sido explicado de forma brillante no hace demasiado, en esta web, por mi tocayo más veterano en “El imposible liberalismo español”. Hoy en día parece una quimera que personajes siquiera lejanamente similares a Thatcher o Reagan surjan en el horizonte patrio. Tristemente tampoco parece viable que puedan aparecer a nivel internacional. La consigna global es el control vertical. El manejo desde arriba de nuestros destinos. Aquí se sigue a rajatabla.

Así, miren hacia donde miren, en las noticias o en el hemiciclo, todos tienen un programa que pretende organizar nuestra existencia. Cuando hablan de Libertad inmediatamente oponen, muchas veces en la misma frase, una limitación de la misma. Todos están empeñados de decirnos qué producir o cómo hacerlo, qué es saludable o de dónde vienen los peligros que nos acechan. Ellos saben cómo comportarse, cómo hemos de comportarnos. Todos tienen un programa que define una sociedad monocromática, estrecha y apretada y, lo que es aún peor, prácticamente nadie echa un par de cuentas para decirnos cuanto nos cuesta el Edén.

Y no estoy hablando solo de dinero.


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