El humor negro es como el SIDA, si no lo compartes, no hace gracia.

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Es cierto, es un comentario duro; si además, conocemos a alguien con la desgracia de soportar las inconveniencias de tal enfermedad, nos sentimos no ya sólo culpables, sino también como monstruos, a la hora de hacer malabares con tal comedia. El humor negro no se lleva bien con lo políticamente correcto, por supuesto.

No obstante, el humor negro despierta algo en todos: negativa contradictoria. Mientras se niega culturalmente la gravedad del chiste (¿cómo la gente es capaz de decir/hacer una barbaridad así?), al mismo tiempo se perfila una mueca de travieso divertimento (tiene su punto de gracia en tanto en cuanto su punto estúpido de realidad).

La comicidad supone la risa por la desgracia ajena (una caída, un “tartazo”, un paraguas estampándose en la cara de quien lo lleva a causa del viento…). “1000 maneras de morir” es un programa de televisión estadounidense donde se narran todo tipo de muertes, y a cada cual más estúpida. Pues bien, cuando en el 2011 la cadena de tv española Nitro se hizo con sus derechos de emisión, en sus primeras dos semanas tuvo una cuota de pantalla del 1,6%, medio punto por encima de la media diaria de la cadena; un auténtico éxito. Hecho que contrasta con un programa de similares características pero consistente en vivir, titulado “Cómo sobrevivir al desastre”, que ni siquiera pudo continuar una segunda temporada más, quedándose en 10 capítulos.

Más “negro” se vuelve el humor, y más importante se vuelve, cuando lo que se quiere trasladar con él es oprimido por el miedo. Y en los tiempos que nos ha tocado vivir, merece la pena arriesgar con una honra al humor negro

El ser humano tiene una tendencia interesante por ver la realidad con las gafas del humor y el dolor ajeno. No supone que seamos unos sociópatas, supone que es una manera de ver las cosas más polémicas o caóticas desde una perspectiva banalizadora, controlable, “humillable”. Al humillar a la muerte o a otros problemas se produce una mezcolanza de alegría y asco: resulta divertida la idea macabra de reírse del miedo desde la maldad interpretada, pero genera un sentimiento de culpa casi instantáneo a modo de baremo moral. Interpretar, p.ej., el perfil psicológico de un racista para fines cómicos desprestigia al racista, porque no se le toma en serio y permite reirse de su visión violenta sobre un determinado colectivo, pese a que toma como base un punto de realidad objetiva.

Analicemos los dos estadios que forman el humor negro.

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“Ésta es la comida tradicional de mi país”-“Pero Abdul, el plato está vacío”-“Lo sé”

En la imagen, asumimos en nosotros, como oyentes el papel de un racista (el diseñador del chiste) utilizando un argumento que demuestra su superioridad sobre el colectivo de raza africana (son pobres y él-yo no). Al reírnos de dicha broma, nos vemos racistas, y por eso nos reímos, porque resulta ridiculo serlo (semejante a reírse de uno mismo, junto a amigos, por haber hecho alguna actuación social absurda). Y es ahí cuando el baremo cultural nos pone el límite. La mente tiene entonces la necesidad de transmitir, por pequeña que sea, una dosis de culpabilidad lo suficientemente intensa como para volver a vernos a nosotros mismos, y separarnos del personaje racista que hemos interpretado, humillándolo. De igual manera que nos reímos de la torpeza humana, nos reímos de su idiocia.

No obstante, el humor negro tiene un segundo escenario: la realidad, base de su mensaje. Aparte de que podamos interpretar a un racista, o a un/a machista/hembrista, etc., que de primeras ya cuenta un poco sobre lo que existe en el mundo, nos dirigimos con el chiste al miedo, a la fobia. Al inutilizar la importancia o gravedad de ese temor por medio de la mofa, lo convertimos en un objeto con el que bromear y no tomarlo en serio: ríete del pensamiento de un machista, ridiculízalo y consigue que el chiste sea más y más escuchado; si la circunstancia relatada en dicho chiste negro se produjera en la vida real de la que toma inspiración, quien lo escuchó podrá rechazar aquellos comportamientos desde el recuerdo gracioso de su estupidez. Es una especie de risoterapia contra el pensamiento de buscar un cabeza de turco a nuestras inseguridades.

Sucede lo mismo, pero al revés, con un niño que tiene miedo: cuando el niño llora inseguro por algo extraño, se trata de que se burle del problema ridiculizándolo; al final, esa pequeña risa nerviosa y temerosa inicial se vuelve protagonista y el miedo desaparece, humillado. Y es que, el humor es uno de los pocos medios de que disponemos para librarnos de la paranoica tentación de nuestras opiniones que se creen magnánimas y omniscientes, y que en ocasiones, caen en prejuicios o sesgos de confirmación sin darnos cuenta. Es ahí donde la ideología se introduce en el humor, y entonces un chiste de Irene Villa o el Rey o la bandera española resulta harto hilarante entre jóvenes de pensamiento de izquierda, y a los jóvenes conservadores no les hace ni pizca de gracia. Poner barreras al humor se convierte entonces en una manifestación de dominación desde la ideología del poder, pues si dicha ideología está dominando la vida pública y privada, hay temas de los que no se puede bromear.

Un ejemplo lo hayamos en el año 2017, en Zamora. El Ayuntamiento de Zamora realizó una campaña de fomento contra la violencia machista esparciendo posters por toda la ciudad, donde se recogían chistes machistas. Desde el clásico:»¿Qué hace una mujer fuera de la cocina? Turismo»; hasta el new school: «¿En qué se parecen las mujeres a las baldosas? En que las dos se pisan», ello para «denunciar ciertas actitudes de la vida cotidiana que denotan violencia machista y que están completamente normalizadas, pero que hacen mucho daño”.

Humor 2

Y es que el humor negro no tiene nada que ver con “normalizar” el machismo, la burla a los leprosos o las posibilidades existentes de repartir un niño entre 100 árboles; el humor negro busca ridiculizar la existencia de esa clase de hechos horribles, una carcajada sardónica para no tomar en serio lo que es una simple “gilipollez”. Por eso aplaudimos a personas que han perdido una pierna cuando hacen chistes negros sobre su estado: porque ya no es un miedo para ellos, y lejos de ser unos lisiados, el único lisiado es su miedo.

El humor negro es un instrumento de subversión y protesta, de hartazgo de hipocresía y pura crítica; y más “negro” se vuelve el humor, y más importante se vuelve, cuando lo que se quiere trasladar con él es oprimido por el miedo. Y en los tiempos que nos ha tocado vivir, merece la pena arriesgar con una honra al humor negro. Por eso las ratas tienen patines en Etiopía, para llegar antes que los niños a la basura, y por eso los blancos tenemos tantas mascotas, porque se nos prohibió esclavizar humanos.

*** Luis García-Chico es un pensador y jurista español, con más de diez años de experiencia en el estudio de la mentira como línea de investigación en los campos del derecho, economía, filosofía y psicología. Autor de «Teoría de la mentira» (2022)

Foto: Mathew Schwartz.


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