Los penúltimos –puede haber más– espectáculos políticos que bajo el apelativo “moción de censura” se han presentado al público en Murcia y Castilla León recuerdan el ridículo lema “España es diferente” de nuestro reciente pasado.

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La España que con un gran esfuerzo de todos dejó de ser diferente al incorporarnos a la élite de los países ricos, la democracia liberal, la Unión Europea, la OTAN, el Euro, etc., parece cada vez mas arrepentida de sus memorables logros y cuando llevábamos muy poco tiempo disfrutándolos, estamos dando marcha atrás a toda prisa de la mano de gobiernos progresistas irresponsables y anacrónicos. Nos estamos convirtiendo así, en una curiosa especie de país en vías de subdesarrollo; algo tan absurdo como verosímil.

En vez de utilizar la responsabilidad política para eludir los obvios defectos del sistema electoral forjando acuerdos de Estado entre los dos grandes partidos políticos, se exacerban sus flaquezas al servicio de intereses espurios de la peor especie, que además de alejar a los ciudadanos de la política termina cosechando desastrosos resultados en las “cosas de comer”: el crecimiento económico y del empleo

En plena crisis sanitaria y económica el gobierno de la nación se dedica a desestabilizar, hasta ahora vanamente gobiernos regionales y con éxito en un municipio, aprovechándose de un sistema electoral proporcional lleno de vicios que sin escrúpulos morales ni vergüenza alguna se utilizan al servicio de intereses y compromisos inconfesables.

En los países más civilizados con sistemas electorales mayoritarios, los circos de nuestras mociones de censura siendo posibles no se practican como aquí, ni los transfuguismos, ni los trapicheos, ni la compraventa de voluntades y las consiguientes corruptelas asociadas a las listas cerradas constituidas por emboscados carentes de responsabilidad propia elegidos a dedo por el jefe supremo del partido.

En las democracias más consolidadas, el sistema electoral se basa en circunscripciones unipersonales que exigen –si se quieren tener posibilidades de éxito- candidatos con prestigio personal y bien conocidos y sobre todo reconocidos por sus vecinos. La inmensa mayoría de los diputados de las listas cerradas no osarían presentarse a unas elecciones por este sistema. Ni que decir tiene que los elegidos por un sistema mayoritario –solo el que más votos obtiene– comparten su lealtad política con el partido que representan y sus vecinos, por lo que no están a las órdenes incondicionales del jefe del partido.

El todopoderoso presidente de los EEUU, Obama, cuando quiso aprobar una ley -conocida popularmente como “obamacare”- para la extensión de la sanidad pública tuvo que emplearse a fondo para inclinar a su favor la voluntad de los diputados de su partido cuya lealtad, compartida con sus votantes, no era incondicional. Aquí, un débil presidente de partido ordena a sus diputados –sin consulta ni información previa- cuanto se le antoja y alcanza acuerdos con otro jefe de partido que actúa de igual manera. Si algún diputado no obedece se le llama tránsfuga. Según “la política española” -carente del sentido del ridículo– los diputados de los parlamentos de Inglaterra, EEUU, Francia, Alemania, etc. son todos unos tránsfugas al no tener obediencia debida al jefe supremo del partido. Y el tránsfuga supremo sería Winston Churchill, posiblemente el más grande político europeo del siglo XX, que fue candidato parlamentario -electo, gracias a su prestigio personal– del partido liberal y también del conservador.

El uso peyorativo del concepto transfuguismo supone la negación de la división de poderes entre el legislativo y el ejecutivo; un principio fundacional de la democracia liberal. Evitar su existencia exige el secuestro previo de la autonomía política de los diputados, que es lo que sucede en las listas cerradas de los sistemas proporcionales.

De hecho, en el parlamento español, dada la tajante disciplina de voto de los diputados, bastaría con que solo se reunieran los representantes de los grupos parlamentarios para conseguir los mismos efectos que cuando participan todos.

Por otra parte, la política española lleva sus enredos a los ayuntamientos algo que sería imposible si los alcaldes fuesen los candidatos votados mayoritariamente –en primera o segunda vuelta- como demanda la filosofía política y el sentido común.

El mercadeo político de estos últimos tiempos, derivado de un sistema electoral que posibilita los extremos políticos y la inestabilidad gubernamental augura un muy preocupante futuro. Italia, el otro gran país europeo cuya política está regida por un sistema electoral proporcional, lleva más de treinta años cuesta abajo; desde 1987 todos los años, sin excepción, ha registrado una continua divergencia de renta per cápita con la media de la UE.

Aquí, en vez de utilizar la responsabilidad política para eludir los obvios defectos del sistema electoral forjando acuerdos de Estado entre los dos grandes partidos políticos, se exacerban sus flaquezas al servicio de intereses espurios de la peor especie, que además de alejar a los ciudadanos de la política termina cosechando desastrosos resultados en las “cosas de comer”: el crecimiento económico y del empleo.

Por si no tuviéramos bastante inestabilidad con el desorden catalán y sus pésimas consecuencias para el orden político y económico, amén del drama sanitario y económico que nos envuelve sin un final claro, desde la sede gubernamental se tejen estrategias desestabilizadoras; algo inaudito, que unos electores maduros y responsables deberían hacer pagar a sus culpables en las urnas.


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Jesus Banegas
Soy Presidente del Foro de la Sociedad Civil, doctor en Ciencias Económicas, ingeniero, PADE del IESE, empresario, escritor y conferenciante. Estoy vinculado profesionalmente a alto nivel ejecutivo con las nuevas tecnologías, la innovación y las relaciones internacionales. Durante más de 20 años he ocupado las más altas responsabilidades institucionales en el sector TIC, la CEOE y diversas instancias europeas.