El pasado lunes, España vivió el mayor apagón de su historia: más de 13 horas sin electricidad en buena parte del país. Aunque el Gobierno y Red Eléctrica de España (REE) han insistido en calificar el evento como una “incidencia técnica puntual”, lo cierto es que fue un colapso sistémico, consecuencia directa de una tendencia ya consolidada: la colonización de instituciones clave por la lógica clientelar de los partidos políticos.
Resulta inquietante comprobar cómo la politización de REE ha desplazado los criterios técnicos, estratégicos y de seguridad a favor de intereses ideológicos o electorales. La actual presidenta de la compañía, Beatriz Corredor, no cuenta con formación ni experiencia en el sector eléctrico. Su nombramiento responde únicamente a sus vínculos con el PSOE. Y no es un caso aislado: REE lleva más de dos décadas funcionando como una agencia de colocación política. Pero si antes se procuraba guardar ciertas formas, hoy la instrumentalización es descarnada.
Formalmente, ministerios e instituciones siguen existiendo. Pero han sido colonizados y sólo sirven a intereses partidistas. Ya no corrigen errores. No previenen catástrofes. No protegen al ciudadano
Este apagón ha sido un aviso. Pero, ¿y si el próximo no dura 13 horas, sino 96? ¿Y si, en vez de una tarde sin internet, hablamos de una semana sin electricidad en todo el país? El ejercicio no es ciencia ficción; es un simple juego de extrapolación.
Día 1. La incredulidad
Los primeros compases del apagón prolongado generarían desconcierto. Los móviles se apagarían en cuestión de horas. Sin electricidad, ni las estaciones de telefonía ni los servidores funcionarían. Las noticias dejarían de llegar. Internet desaparecería. Solo las radios a pilas y algún transistor serían capaces de informar… si es que hubiera información real que transmitir.
Los hogares sin generador improvisarían a la luz de velas o linternas. La comida del frigorífico empezaría a estropearse. Los supermercados cerrarían o solo aceptarían pagos en efectivo, porque los datáfonos no funcionan y las transferencias digitales están fuera de servicio. Muchos ciudadanos, acostumbrados a no llevar ni una moneda en el bolsillo, se quedarían de golpe sin capacidad de comprar lo más básico.
Día 2 . El dinero desaparece
Sin electricidad, tampoco hay acceso a cajeros automáticos. Ni bancos, ni apps. El efectivo se convierte en el único medio de pago. Los pocos que todavía lo usan se convierten en privilegiados. Los demás se enfrentan a la dura realidad: sin luz, no hay comida.
Las gasolineras tampoco funcionan. No se puede repostar combustible. El transporte se paraliza poco a poco. Las ciudades comienzan a vivir una ralentización radical. Nadie puede desplazarse. Nadie puede reponer productos. Nadie puede trabajar.
Día 3. Comienza el caos
Las cadenas de frío se han roto. Las reservas de productos frescos desaparecen. Las cámaras frigoríficas de los centros logísticos de distribución para los supermercados dejan de funcionar. El diésel de los generadores de emergencia de los hospitales se agota. Algunas clínicas cierran. Otras derivan pacientes críticos a hospitales de países vecinos, pero que con el paso del tiempo empiezan a poner trabas ante la avalancha y la posibilidad de que se vean colapsados y sin capacidad de atender a sus propios ciudadanos.
El transporte público se colapsa. Los trenes están parados. El metro no funciona. Los autobuses siguen en funcionamiento, si tienen combustible, pero sin sistemas de cobro automático. La red empieza a colapsar por exceso de demanda.
La policía apenas puede coordinarse. Sin sistemas de comunicación digital, muchos cuerpos operan a ciegas. Las primeras escenas de saqueos comienzan a aparecer. Las tiendas de electrónica, ropa y alimentación son las primeras en ser asaltadas. La ausencia de luz facilita el vandalismo nocturno.
Día 4 . El regreso a las cavernas
Sin agua caliente, calefacción ni refrigeración, los hogares se tornan inhabitables. Las zonas urbanas más densas comienzan a experimentar tensiones graves. La población más vulnerable —ancianos, enfermos crónicos, familias sin recursos— empieza a sufrir consecuencias físicas severas.
La administración está paralizada. No hay ordenadores. No hay registros. No se pueden emitir certificados, ni tramitar ayudas. Tampoco hay escuelas, ni universidades. La parálisis es total.
Los ciudadanos, acostumbrados a delegar en el Estado toda responsabilidad, comienzan a comprender que este no está en condiciones de garantizar lo más básico: orden, agua, alimentos, seguridad.
El telón de fondo: la metástasis clientelar
El escenario descrito no es fruto de una invasión extraterrestre ni de un ataque nuclear. Es el resultado plausible de una estructura esencial del Estado —el sistema eléctrico— gobernada por criterios políticos en lugar de técnicos. Un sistema en manos de burócratas de partido que no responden a nadie más que a su organización.
El clientelismo partidista consiste exactamente en eso: transformar una entidad en un cascarón vacío que sigue funcionando por inercia, mientras sus decisiones responden a intereses ajenos a su misión original. Actuando como voraces parásitos, los partidos políticos han convertido a REE en una organización que ya no actúa en interés del país, sino de sus colonizadores.
Este modelo, además, es contagioso. Se ha reproducido en las Administraciones Públicas, en los medios de comunicación y en buena parte de una sociedad extremadamente dependiente. Formalmente, ministerios e instituciones siguen existiendo. Pero han sido colonizados y sólo sirven a intereses partidistas. Ya no corrigen errores. No previenen catástrofes. No protegen al ciudadano.
Este apagón ha sido solo un pequeño anticipo de lo que puede ocurrir. Un sistema eléctrico frágil, politizado y sin dirección técnica real es una amenaza existencial. En un mundo donde todo, desde la compra del pan hasta el ingreso en la UCI, depende de un enchufe, un fallo no es un simple contratiempo. Es el comienzo de un colapso civilizatorio.
La pregunta es: ¿por cuánto tiempo puede una nación colonizada por el clientelismo partidista seguir fingiendo que todo va bien?
*** Marcelo Langarica
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