Hace unos meses se aprobó en Consejo de Ministros el proyecto de nueva ley de educación. Y vamos hacia la octava en las últimas cuatro décadas. No puede ser de otro manera, los objetivos políticos siempre son cortoplacistas. Sin debate, sin consenso, una propuesta que permanecía sellada y empaquetada en un cajón del gobierno para sacarla adelante por la puerta de atrás en pleno estado de alarma. Un detalle que demuestra la talla política de la coalición que nos gobierna. Que hacía falta otra ley, pocos los discuten, pero que sea esta y así es lo discutible, tanto en forma como en fondo.

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La política es como un vendaval tóxico, lo impregna y arrasa todo. Se ha metido en nuestros bolsillos, quieren eliminar el dinero en efectivo para así tener un mayor control de los ciudadanos, saber lo qué gastas y cómo lo gastas, es saber quién eres. Por otro lado, como se sugiere en adiós al dinero “No es que nos metan la mano en la cartera, es que nos darán lo que sobre después de administrar el mundo sostenible y feliz al que debemos dejarnos llevar sin protestas”. Con la pandemia viene bien la cosa, hay que estar lejos del sucio dinero para evitar nuevos contagios.

La cultura es la palabra-pócima-mágica para sustantivar lo insustancial, incluso en Disidentia tuvimos el «despiste» de titular un podcast con la palabrita. Esta cultura hoy está OKUPADA desde hace un tiempo por la política. Da lo mismo el sector al que nos refiramos, música, cine, editoriales, y cómo no, medios de comunicación. Estos portadores del saber ejercitan el más correcto vasallaje, en el que ungidos como caballeros ofrecen sus servicios y propagan la buena nueva, siempre dictada por el poder de turno.

Las nuevas generaciones no son peores que las anteriores, lo peor son los valores que les ofrecemos. Si la escuela enseña y la familia educa el modelo de sociedad siempre será mejor que el que tenemos

Así llegamos a la educación, ese botín siempre deseado. Lo supo muy bien el honorable Pujol hace unas décadas cuando satanizó la lengua española, y con ella todo lo que oliera a español, eso sí con el beneplácito de los diferentes gobiernos PSOE-PP-PSOE. El ciudadano en general, los padres y madres en particular tienen que soportar la losa de una burocracia funcionarial, que lastra la permanencia de malos profesionales de la enseñanza, malos planes de estudio, pésima logística e infraestructura, y una nueva propuesta de ley, en la que a falta de otros nutrientes esenciales, abunda la llamada “neolengua” . No hay más que leerse sus epígrafes como “recuperar la equidad perdida”, “garantizar un suelo de inversión” en sus destacados desafíos. O la “perspectiva de género”, “educación digital”, “educación para el desarrollo sostenible” y educación “afectivo sexual”, en los llamados ejes transversales. Y qué decir de las “evaluaciones censales” para cuarto de primaria y segundo de ESO. O sea, ya no se distingue entre la palabrería de los vendedores de crecepelo en la política, de los tecnócratas de la educación que están a su servicio.

Una ley que adoctrina

La llamada ley Celaá ya ha conseguido un notable mérito para la brillante ministra, que se hable de ella bastante antes de que se apruebe. En una entrevista le preguntan cómo debería ser “ese nuevo currículo”, a lo que contesta lo siguiente, quien es la máxima representante de la educación en nuestro país “El actual es muy enciclopédico, repleto de datos y contenidos. Necesitamos un modelo más competencial a través de aprendizajes esenciales que no se centren tanto en materias al uso, sino en ámbitos, en proyectos alternativos para los que se requieren espacios físicos que permitan una distribución distinta de los alumnos, incluso aulas con un mayor número de estudiantes donde dos o tres docentes puedan trabajar colegiadamente. Esto facilitaría una enseñanza personalizada que ayude a potenciar el talento de cada alumno.” Les confieso que cuando terminé la lectura de este párrafo, no sabía si estaba en el Mundo de Yuppi o leyendo una entrevista a la ministra de educación en la Revista Retina, del muy serio diario El País.

Supongo que las “materias al uso” se refiere a las matemáticas, lengua, física y química. El conocimiento actual de los estudiantes es “muy enciclopédico.” Desconozco en qué planeta se encuentra Celaá. Si entrara un día en una aula vería cómo hablan y cómo escriben los alumnos de primaria y secundaria, de bachiller y de universidad. Que lean es una tarea épica para los profesores, que acaben un libro se convierte en una aventura prometeica, también ocurre en últimos cursos de grado, incluso para estudiantes de máster se convierte en una misión casi imposible que lean un libro de más de cien páginas. Evidentemente esto no es todo, pero es lo que representa la inmensa mayoría.

La necesidad de ese “modelo más competencial mediante aprendizajes esenciales, que no se centren en usos, sino en ámbitos”, les confieso que desborda mi modesto conocimiento. No soy pedagogo, pero veo y leo con relativa frecuencia a los que dicen serlo con una terminología que maquilla la enseñanza, por otro lado muy básica pues se reduce a entender y atender al docente, al discente, al contenido y al método. Con el modelo competencial todo esto se diluye como un azucarillo en una taza de café.

Me detengo en estas declaraciones porque son muy coherentes con el programa que presenta la ley. Aprender siempre ha significado esfuerzo, ahora parece que no es necesario. La repetición de curso será algo excepcional, porque ya se ha encontrado la fórmula para evitar el fracaso escolar. No tenemos suficiente espacio en esta breve columna para detenernos en el fracaso escolar, que es un síntoma de otros muchos fracasos dentro y fuera de la escuela, pero hay que ser o muy ingenuo o muy perverso para justificar de este modo la casi supresión de la repetición de curso. Sin apenas tener que repetir curso, con la opción de cursar bachillerato con una asignatura suspendida, con la mera exigencia de un cinco para obtener una beca, y desde un currículum competencial, tenemos unos estupendos garbanzos para hacer el cocido del no esfuerzo.

Tendremos pues una ley que no deja punzada sin hilo. La religión no contará como nota, pero despliega un amplio y diverso catecismo ideológico en los llamados “ejes transversales”, en la educación afectivo sexual y en esa secuela de una triste asignatura llamada “educación para la ciudadanía”. Esta vez será una asignatura obligatoria, llamada por ahora de “valores civiles y éticos”. El clásico manual de adoctrinamiento para educar a los alumnos. No es que confundan educar con enseñar, lo tienen muy claro. Se trata de sustituir la labor educativa de las familias, de los padres y madres por un papa-estado-protector, que sabe lo que necesitan “sus hijos” y está dispuesto a garantizarlo. 

No es necesario haber pasado por cualquier etapas, ciclos y niveles de la educación obligatoria y superior para saber que el catecismo del adoctrinamiento sustituye a la clase de religión y a las familias y tutores. Cuando las líneas “para educar” están marcadas, cualquier asignatura vale. Enseñar historia apostillando que hay que volver a “tomar la Bastilla”, o que el profesor de filosofía de segundo de bachillerato elogie las jornadas laborales de tres horas y para ello sea necesario el uso propagandístico de los medios, o colocar como comentario de texto un panfleto marxista en el que hay que resaltar los valores de la revolución, o esos libros del conocimiento del medio de quinto y sexto de primaria que separan de modo arbitrario a Cataluña de España, solo son algunos ejemplos de los muchos y muchos que podríamos señalar.

Hace unos siglos, los maestros griegos sustentaban la educación en ciudadanos libres y conscientes de sus derechos y deberes, como también advertían que no cualquier tiempo pasado fue mejor. Las nuevas generaciones no son peores que las anteriores, lo peor son los valores que les ofrecemos. Si la escuela enseña y la familia educa el modelo de sociedad siempre será mejor que el que tenemos.

Foto: Gobierno de Castilla-La Mancha


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