Según estadísticas del año 2017 se calcula que, en Estados Unidos, un 27,2% de los hombres y un 28,6% de las mujeres entre los 15 y los 24 años, no mantiene ningún tipo de relación sexual. Si se tiene en cuenta el contexto liberal e hipersexualizado en el que esto sucede, las cifras no dejan de sorprender por ser excesivamente altas. Prácticamente un tercio de los jóvenes norteamericanos son célibes.
La abstinencia sexual o el celibato elegido por diferentes creencias personales o religiosas tiene un largo arraigo en el Bible Belt estadounidense. Aunque este no sería el único vector explicativo para estas cifras. Ahora estamos enfrentando nuevas realidades sociales como la asexualidad, una ausencia de pulsión sexual hacia cualquier género, que incluso está intentando ser reconocida como una orientación diferenciada dentro de la ristra de siglas usadas por la ideología de género. Ese sería uno de los lados de la paradójica depresión sexual y reproductiva que padece el mundo desarrollado, no solo occidental, que, en los hermanos de una generación más adulta, lleva a la adopción de posturas abiertamente antinatalistas.
La insatisfacción de los célibes involuntarios
Pero no voy a tratar aquí estos fenómenos sociales sino de aquellos que se autodenominan célibes involuntarios o incels, por su acrónimo en inglés. A pesar de que esta realidad del celibato involuntario es igualmente prevalente en ambos sexos, son los hombres los que están expresando su insatisfacción de un modo más agresivo.
El 23 de abril de 2018 un vehículo de gran tamaño fue lanzado a toda velocidad contra los peatones del centro de la pacífica y multicultural ciudad de Toronto con el fatal resultado de 10 muertos y 15 heridos. Dado el modus operandi, similar al de los recientes atentados yihadistas en Europa, todas las alarmas saltaron también en Canadá. El conductor sospechoso, Alek Minassian, de 25 años, fue arrestado 26 minutos después del inicio del ataque, y se descubrió que la motivación de su acción no tenía nada que ver con el islamismo.
La gente primero se sintió aliviada, pero luego cayó en una creciente indignación con lo que se empezó a saber sobre el móvil del atentado. En un post en Facebook, imitando en todo el proceder de los terroristas islámicos, publicado horas antes de cometer su atentado, Minassian dejó un mensaje en el que prometía lealtad a algo llamado “Rebelión Incel” (Incel Rebellion). Esto, lejos de ser un nuevo grupo terrorista organizado, es más bien una broma macabra, un chiste convertido en meme de una subcultura juvenil digital que reúne a los varones frustrados, solo unidos por su incapacidad de convencer a las mujeres para que tengan sexo con ellos.
Aunque esta subcultura es simplemente una expresión de frustración adolescente, una pequeña fracción de ellos están llamando a la insurrección, no se sabe hasta qué punto irónica o autoparódica, de los “Machos Beta” (Beta [Male] uprising). Es lo que en términos más cercanos a la jerga española podríamos verter como la “Venganza de los pagafantas”, “Motín en la zona de amigos (friendzone)”, o “Ejército de Liberación del Celibato Involuntario”, si parafraseamos las bromas de la premonitoria película Acción Mutante (1993) de Álex de la Iglesia.
Aunque el tema se preste a la ironía e incluso al sarcasmo, como ocurre en el subreddit r/IncelTears, cuyo lema paródico es “odiar a las mujeres siempre es una buena estrategia para fornicar”, el asalto de Minassian no mueve a risa, ni es un caso aislado. Este es el último de una serie de atentados (Elliot Rodger, 2014; Chris Harper-Mercer, 2015; Nikolas Cruz, 2018) que sigue un peligroso e inquietante patrón de ejecución de fantasías de violencia en masa acompañado de un discurso de odio misógino.
¿En qué se diferencian estos casos de los otros cientos casos de tiroteos escolares que desde hace décadas asolan Estados Unidos? El fenómeno está superando la polémica sobre los derechos a portar armas o la ausencia de controles más estrictos en la adquisición y el manejo. Como ha quedado demostrado, un vehículo de gran tamaño o o el uso de armas blancas comunes bastan para la ejecución de estos atentados letales.
El movimiento no puede compararse, ni de lejos, a amenazas como al-Qaeda o el DAESH, pero no deja de ser un nuevo tipo de peligro, una prueba sobre el poder de las comunidades en línea para radicalizar a jóvenes frustrados en sus agravios más personales y dolorosos. Para J. M. Berger, un experto en extremismos violentos del Centro para el Contra-Terrorismo de La Haya, la misoginia no es nueva, y la misoginia ideológica, tampoco; pero, “tener un movimiento inequívoco que se define primariamente por la misoginia es algo bastante novedoso”.
Aunque los violentos son pocos, se jalean y promocionan por un número nutrido en foros de internet donde se reúnen las comunidades de miles de ciber-trolls anónimos, como 4Chan, Reddit.com, o incels.me para compartir sus bromas, experiencias sentimentales, fantasías y su desvariada “teoría incel”. El término adquirió su popularidad en 2017 a partir del cierre de un subforo de Reddit que reunía a miles de seguidores de esta temática.
La gratificación sexual como juego de suma cero
Atraídos por sitios webs o libros de la llamada esfera masculinista (mansphere) que promocionan el arte de la seducción, han internalizado una suerte de darwinismo social que toma prestados algunos conceptos distorsionados de la psicología evolutiva y de la biología como el de los “machos-alfa”, el de los “machos-beta”; no sería nada más que la reformulación del binomio ganadores-perdedores (winners-losers) aplicado al terreno de las conquistas eróticas.
Los ‘incel’ consideran que la gratificación sexual es un recurso escaso que unos hombres obtienen ‘robándoselo’ a otros y que las mujeres tienen el poder de conceder o negar
Parten de la idea machista y equivocada de que la gratificación sexual es un juego de suma cero, un recurso deseable, escaso y prestigioso, que unos hombres obtienen “robándoselo” a otros y que las mujeres tienen el poder de conceder o negar. En su propia jerga, los Chads (varones atractivos a los que envidian su vida sexual activa) deprivarían a los betafags / incels del sexo con las Stacys (las mujeres, objeto paradójico de deseo y odio a un tiempo).
El feminismo interpreta este movimiento como una subcultura misógina que desarrolla una masculinidad tóxica e implica una amenaza real o latente a la seguridad de las mujeres por su defensa del acoso, la violación y la violencia. También consideran que son precisamente esas ideas y discursos los que alejan a las mujeres de ellos.
Pero esta es sólo una visión parcial del fenómeno, más complejo a mi entender. Lo que no dice el discurso feminista es que esta subcultura juvenil también es una reacción especular a las versiones más enloquecidas y misándricas del propio feminismo. Si lo personal es político y ha habido una revolución sexual que ha liberado a las mujeres, la frustración personal de estos jóvenes también la interpretan ellos en clave política, y lo que es peor, requiere una reacción que corrija ese nuevo statu quo sexual “feminazi”.
El resentimiento de los perdedores de la uberización sexual y la desintermediación del eros ha creado el pagafantismo (inceldom), una (pseudo)doctrina política, un discurso de odio, de odio de clases, cómo no: hay una clase que posee todos los medios de diversión a costa de otra de desposeídos; se impone, por tanto, un cambio de base sexual.
Nos podemos imaginar lo que sigue a esta dialéctica histórico-sexual, aunque, la verdad, en sus foros no queda muy bien concretado cuál pueda ser el objetivo final de la venganza autodestructiva de los “machinazis”. De modo especular, aparece del mismo modo, como un Jano bifronte, el victimismo, la autocompasión, la irresponsabilidad de los eternos adolescentes y la protesta vacua, nihilista, hasta en los casos en que estalla de modo violento.
La demanda principal del movimiento ‘incel’ es el derecho a la redistribución igualitaria de la práctica del sexo, tan desigualmente repartida, a su criterio
Sus demandas principales son el aberrante derecho positivo a las relaciones sexuales y que estas se consigan mediante la monogamia forzosa, o la redistribución igualitaria de la práctica del sexo, tan desigualmente repartida, a su criterio. La envidia y el resentimiento típicamente socialista también aplicaría a este bien tan escaso y anhelado. Los inquietantes precedentes están ahí en los países europeos que están subvencionando con dinero público servicios sexuales a los discapacitados.
Hacia una realidad distópica
Los avances en el desarrollo y sofisticación de los juguetes y robots sexuales y de la realidad virtual, el discurso favorable a la legalización de la prostitución, lejos de liberar a los individuos en un posthumanismo libertario, via esta demanda de intervención estatal, nos podría abocar a una realidad distópica. Una situación que sería mucho más parecida la República Islámico-Identitaria Francesa de la novela Sumisión (2015) de M. Houellebecq, o al desierto de infertilidad, puritanismo misógino y autoritarismo estatal descrito en la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada (1985), que también ha inspirado recientemente una exitosa serie televisiva homónima.
Sin embargo, el problema no es solo sociológico, político, ni, realmente, psico-sexual. El problema es espiritual, o si se prefiere, en términos más seculares, de carácter ético o moral, filosófico. Como estudió Eric Hoffer en su clásico ensayo El verdadero creyente (1951), todo movimiento de masas requiere hombres de palabras antes de que lleguen los fanatizados hombres de acción. Estas comunidades en línea, como todo movimiento de masas, proveen a estos jóvenes de un falso sentimiento de pertenencia, de identidad y de autoestima del que carecen en su mundo de aislamiento, fantasías disociadas de la realidad, depresión, carencia de habilidades sociales, delirios de grandeza y baja tolerancia a la frustración.
¿Cómo lo solucionamos? Jordan B. Peterson diría, sigan intentando acercarse, pese a todo, con educación y respeto, a las mujeres reales, no al ideal fantástico de una muñeca manga, de modo que, en algún momento, puedan superar el miedo al rechazo, empezar a vivir de modo responsable y salir, así, de la cámara de eco misógino de comunidad incel.
Foto Clem Onojeghuo
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