No podíamos más con la campaña electoral, que como siempre ha ocupado un período mucho mayor que el oficial. Y Pedro Sánchez nos ha metido en una nueva campaña. Llegaremos al 23 de julio, dicen, agotados por el calor. Antes nos habrá vencido el agotamiento por el martilleo constante de los mensajes políticos. El discurso político, carente de lo que en otros períodos de la historia se llamó “razón”, apela a los sentimientos más atávicos; a la parte reptiliana de nuestro cerebro. Miedo, odio, pertenencia al grupo. Y poco más.

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Sánchez, es un análisis que es ya moneda común, ha dado una muestra más de audacia y de cálculo político. Una decisión en la que nuestro tedio no ha contado para nada. Anula los mensajes de victoria del PP, y ahoga la sensación de que se ha producido un vuelco político del que sólo desconocemos el día de su confirmación. Ahora sólo tenemos esa fecha, el 23 de julio. Y, aunque todo parece apuntar hacia un cambio de ciclo, ya no podemos estar tan seguros.

En el mundo de las ideas también se produce el horror vacui, y el sordo vacío de la mente de Sánchez se ha enmendado con el socialismo del siglo XXI de Pablo Iglesias. Un socialismo que es como el del XX pero con una desaforada voluntad de enriquecerse

La victoria, y no sólo el avance, del Partido Popular, era algo previsible para todo el mundo, menos para el gobierno. Una crónica extraordinaria de la Agencia EFE, Marisol Hernández muestra que el equipo del presidente estaba convencido de la victoria del PSOE hasta el mismo domingo. Por los guasaps corría como la pólvora la encuesta de GAD3, pero desde Moncloa, que es la sede del partido, o Ferraz, que aloja al Gobierno, daban al empate como la peor de las situaciones posibles.

Uno se pregunta para qué querrán más de medio millar de asesores, si luego no se enteran de lo que sabía todo el mundo en la calle, que es que los votantes iban a dar una patada a Sánchez en el culete de todos los políticos profesionales del PSOE en los ámbitos regional y local. Pero cuando nos despertamos, Sánchez seguía ahí, y nos había convocado a unas elecciones generales, para poder darle la patada, ahora sí, en sus partes. Pero “Sánchez no es una persona «fácil» para decirle las cosas que no quiere escuchar”, dice la crónica. Habrá contratado a un ejército de asesores para que jueguen entre ellos al mus.

En las elecciones locales, el PP ha ganado 1,9 millones de votos sobre 2019 (Ciudadanos ha perdido 1,6 millones), y Vox otros 800.000. El PSOE ha perdido 400.000, y la izquierda en torno a Pudimos se ha venido abajo. Mucha realidad es esa para que Sánchez y su banda no se hayan enterado.

Y, sí, Sánchez pilla a Yolanda Díez con el pie cambiado y a Podemos de extra en Walking Dead; corta de raíz la revuelta interna dentro del PSOE, excepción hecha de quienes sólo tienen su pensión y los réditos de las pasadas coimas. Con una izquierda podemita trémula y con un personaje de Barrio Sésamo como líder, Sánchez aspira a aglutinar todo el voto de la izquierda. Todo eso ya se ha dicho, y seguramente es cierto.

El argumento principal de esta campaña ya lo ha desvelado Sánchez: que viene la (ultra)derecha. Hay que concentrar en el PSOE el voto útil de la izquierda, porque en frente tiene a una rehala de partidos que se multiplican al dividirse, como las células, y cuya única esperanza es ponerse detrás de Yolanda Díez. La izquierda del cambio ha actuado bajo los cánones del comunismo de toda la vida, y se ha hecho añicos entre aspiraciones de control absoluto y acusaciones mutuas de ejercer un moderado radicalismo.

Quien no va a pasar una sola acusación de pusilanimidad es Pedro Sánchez. “Sánchez ya es Podemos”, editorializaba el diario ABC, con estas palabras de inicio: “Sánchez se entregó este miércoles a un código discursivo que rompe con los moldes institucionales propios de un partido de gobierno en una democracia liberal. Su gestualidad, sus palabras y su estrategia resultan ya indistinguibles de Pablo Iglesias”. En el mundo de las ideas también se produce el horror vacui, y el sordo vacío de la mente de Sánchez se ha enmendado con el socialismo del siglo XXI de Pablo Iglesias. Un socialismo que es como el del XX pero con una desaforada voluntad de enriquecerse.

Y llegamos a lo más interesante de este asunto. Pedro Sánchez ha sabido sortear una desatención a la realidad basada científicamente en su invencible chulería. Lo ha hecho merced a una audacia digna de mejor causa, puesta al servicio de una cábala política de admirable factura. Las circunstancias le han colocado en este punto. Y Sánchez, Chat GPT del cálculo político, asume su lugar con todos sus condicionantes, incluyendo los ideológicos. Sí, Sánchez es ya Podemos.

Pero vamos a recordar qué es lo que dijo ante su particular Komintern. España se enfrenta a la elección entre “un presidente al lado de Biden”, no se sabe si camino del baño o en el parking, “o de Trump”. En definitiva, “del lado de Lula o de Bolsonaro”. Sabemos que Lula fue un presidente infinitamente corrupto, así que imagino que es con él con quien se identifica Sánchez.

Porque “ha quedado claro que no hay distinción entre el Partido Popular y Vox, el tándem formado por la extrema derecha y la derecha extrema”, ese juego de palabras de los años 80’ que rivalizaba con “la mili no mola”.

Es más, Sánchez improvisó sus propios protocolos de los sabios del Ibex35. Sus malos resultados electorales son fruto de una campaña “de suciedad, de insultos y mentiras”, dice el Cicerón, alentada “por la posición de dominio que tienen en las grandes empresas y en los grandes medios de comunicación”. Y se enfrenta a “una campaña aún más feroz (¡!) de insultos y descalificaciones”.

Como los insultos y las descalificaciones no aparecen por ningún lado, él mismo anuncia en qué van a consistir: “No es broma. Esto es muy serio. Hablarán de pucherazo y de que hay que detenerme”.

Esta imposible combinación entre una declaración institucional, el síndrome de Tourette (gracias, Lenore), y el de Amok, es lo que ha proferido el presidente Sánchez. Un maniqueísmo conspiranoico aderezado con acusaciones de futuros crímenes. Es difícil no pensar que lo hace para prepararse el terreno para los suyos propios. Pero una cosa es tener disposición hacia el crimen (político), e incluso las agallas de adoptar cualquier decisión, y otra saber, o poder, llevarlo a cabo.

Alberto Núñez Feijóo hace todo lo posible para que el PP no gane las próximas elecciones. Para empezar, y en eso tiene poco mérito, se ha colocado a sí mismo como candidato. Cuando es invotable. Además, desprecia a sus votantes mientras corteja a los que están más y más a la izquierda. Y demuestra un asco por los ex votantes del PP en Vox ciertamente sorprendente.

El PSOE ha quedado 400.000 votos por debajo del PP, con un 63% de participación. Con un 70% de participación en unas elecciones generales, que es fácil de alcanzar, ¿tendrá las mismas opciones de vencer a Sánchez?

Foto: La Moncloa – Gobierno de España.

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