Tras el resultado del 23-J se han hecho todos los análisis posibles, siempre, es de suponer, con las mejores intenciones. Sin embargo, detrás de todo ese trabajo permanece oculto el análisis definitivo: una conciencia de fracaso que es compartida por millones de españoles y que va mucho más allá de las justificaciones partidistas.

Publicidad

He echado cuentas y son ya tres lustros los que llevo bregando en una España cada vez más enemiga del emprendimiento, la creatividad, al riesgo y el enriquecimiento. Son 15 años de mi vida y de las vidas de otros muchos en gran medida perdidos, malgastados. Y puesto que sólo se vive una vez, esa pérdida de tiempo es mucho más que dramática, es trágica.

¿Acaso los españoles tendremos que morir de viejos para comprender la enorme diferencia que existe entre un país de ciudadanos libres, sanamente ambiciosos y autosuficientes y otro de ciudadanos dependientes, conformistas y cobardes?

Se habla a menudo del peligro de la argentinización de España, como si fuera una circunstancia que, en un momento dado, se va a hacer evidente de manera general, como una especie de nuevo amanecer. Pero las cosas son peores de lo que sospechamos. Esa argentinización no se hará especialmente visible en un hito concreto, de tal suerte que todos percibamos el peligro con nitidez. Progresará de forma gradualista pero, sobre todo, dispar, lo que impedirá desarrollar una conciencia nacional de la terrible situación hacia la que nos dirigimos.

Esto es tan cierto que, de hecho, algunas regiones no es que avancen hacia la argentinización, es que ya la han sobrepasado. Por eso digo que las cosas son peores de lo que parecen. Me refiero a territorios donde ya hay un funcionario o empleado público por cada tres ocupados en el sector privado, una carga insoportable a la que se añade, además, la de numerosos desempleados, producto de un desempleo estructural único en Europa, y los pensionistas.

Por poner un ejemplo, en Extremadura los ingresos brutos de un trabajador del sector privado ya están íntegramente comprometidos por las necesidades de financiación de lo público. En situación parecida se encuentran Asturias, Castilla-La Mancha, Canarias y Murcia. Se salva Andalucía, pero en buena medida de forma ficticia gracias a la revitalización de su industria turística, no por ningún milagro del marajá Juanma Moreno. Si todos estos territorios no colapsan por completo es simplemente por la “solidaridad interterritorial”; es decir, porque los sostenemos entre todos.

Esto es, precisamente, argentinizarse: vernos forzados gradualmente a vivir a costa de todos para que al final, como es lógico, ninguno quiera trabajar. Unos porque el Estado los mantiene, otros porque al no verse recompensados no tienen ningún incentivo para crear riqueza.

La única verdad que en su día dijo Yolanda Díaz —para, a continuación, proponer como solución aumentar la dosis de veneno— es que las víctimas de este devenir no son las tradicionales personas más vulnerables, son las rentas medias; es decir, la clase media.

Revertir esta deriva requiere cambiar no sólo de gobiernos sino de mentalidades. En cualquier caso, llegar al gobierno, que sería lo primero, no pasa porque el centro-derecha trate de congraciarse con el voto obrero, porque muchos de esos “obreros” son hoy trabajadores blindados en industrias y administraciones controladas por sindicatos de partido.

Eso es equivocarse por completo y demostrar que no se tiene conciencia alguna de la realidad. Los votos están en una nueva clase obrera que, al contrario de la tradicional, no ha mamado la lucha de clases, sino que ha preferido prosperar por sus propios medios, sin arengas ni militancias sindicales, simplemente mediante el trabajo, la dedicación y el ahorro. Son los que, o bien hasta 2008 vivían con desahogo, o bien estaban a muy poco de lograrlo, y que desde ese año siniestro han visto truncados sus sueños para, después, ir cayendo gradualmente en la pobreza y la precariedad, en ese ir tirando sin más ambición que sobrevivir.

Estos nuevos pobres comparten una singularidad: haber sido clase media. Desde el punto de vista de los ingresos, han devenido en clase baja o, en el mejor de los casos, clase media baja o muy baja. Sin embargo, no tienen el perfil del obrero de la izquierda. Por nivel de renta entran de lleno en la categoría de desfavorecidos, pero por aspiración, educación, convenciones y costumbres siguen siendo esa clase media inasequible al progresismo. Aun pobres de solemnidad, son y se comportan como aquellos miembros de la aristocracia que, arruinados y con las levitas raídas, seguían sintiéndose aristócratas.

No es una ensoñación. Las estadísticas y datos lo corroboran dibujando una gráfica tremenda. Sin embargo, más allá de promesas de subsidios y ayudas cicateras y tramposas, estos nuevos pobres, que se cuentan por millones, son ignorados por el centro-derecha. Peor aún, se les imponen castigos añadidos: más impuestos y nuevos hábitos en movilidad y consumo responsable.

Afirmaba recientemente un portavoz del Partido Popular que su partido es respetuoso y coherente con la evolución sociológica de los españoles. Y daba a entender que estar en desacuerdo o siquiera plantear ciertas críticas hacia ese presunto statu quo sociológico era propio de reaccionarios. Evidentemente, se refería a las polémicas “culturales” que acaparan los debates. A saber, la violencia de género, la libertad sexual y el ambientalismo.

No seré yo quien ponga en cuestión la buena voluntad de este miembro del partido Popular a la hora de defender inmarcesibles convenciones que, según parece, percibe amenazadas. Tan sólo, si acaso, le diría que su declaración de principios es ociosa, porque su inquietud no se corresponde con las 20 principales preocupaciones de esa misma sociedad tan cojonudamente evolucionada. Y es que en España, hay una evolución de la que apenas se habla y que sí debería cuestionarse: la que constata que millones de personas están tirando su vida a la basura, que la están malgastando miserablemente y no por propia voluntad, sino obligados por los políticos.

Hoy somos 15 años más viejos que en 2008, pero no somos más ricos ni más sabios; al contrario, somos más pobres e ignorantes, porque el empobrecimiento material lleva aparejado, se quiera o no, el empobrecimiento intelectual, incluso diría que somos más cainitas, porque la pobreza nos hace también más ruines.

Sin embargo, como apuntaba al principio de este artículo, lo más terrible es que, desde la noche del 23 de julio, sabemos que nuestra situación no va a mejorar, que va a continuar empeorando. Y la pregunta es: ¿cuántos años más deberemos tirar a la basura para que los políticos de centro-derecha entiendan que cuando no hay futuro no hay absolutamente nada, ni gestión, ni convenciones, ni principios, ni grandes causas morales?

¿Acaso los españoles tendremos que morir de viejos para comprender la enorme diferencia que existe entre un país de ciudadanos libres, sanamente ambiciosos y autosuficientes y otro de ciudadanos dependientes, conformistas y cobardes? ¿En cuál de los dos cree usted, querido lector, que será más posible promover el bien?, ¿en el país donde las personas dependen del gobernante de turno o en el que dependen de sí mismas?

Foto: Tycho Atsma

¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.
Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho.
Muchas gracias.

Become a Patron!