Hay disciplinas, materias de estudio, que cuando se practican adecuadamente, relatan de una forma ordenada y comprensible una realidad objetiva. La historia, la física o la medicina no dejan de ser, en la medida de las posibilidades del tiempo en el que vivimos, relatos supuestamente fiables del entorno que nos rodea o de los hechos que en el ocurren. Cierto es que todas son fácilmente manipulables y que es fácil salirse de lo “adecuado” tiñendo de subjetividad sus postulados, pero, al fin y al cabo, las metas que se persiguen, en esencia, se apoyan en certezas y verdades, por muchos magufos, manipuladores y vendedores de crecepelo que traten de distorsionarlas.

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No es una cuestión de ciencias puras o humanismo. No existe tal dicotomía. Fallan en algún caso las aproximaciones al problema porque la verdad está tan escondida que somos incapaces de abarcarla. Son también muchas las veces que no contamos con los medios suficientes para observarla en todo su tamaño y con todos sus matices. Les ocurre tanto a los investigadores sociológicos que se dedican a las encuestas electorales como a los que en un laboratorio estudian las partículas subatómicas. En la búsqueda de la realidad no siempre llegamos al final del camino, aunque es seguro que el camino a algún sitio va.

Debido a que el derecho está en el centro de la convivencia humana, tratando de ordenar nuestros roces, abundamos en él, lo recargamos, le damos vueltas y exigimos que alguien haga algo, que yo pago mis impuestos

Sin embargo, existen cuerpos de estudio que, pese a que puedan derivar de una realidad objetiva, no tienen por objeto su descripción o la creación de ingenios que tengan un determinado uso, y los cuales precisan necesariamente del conocimiento del funcionamiento de la naturaleza. Son ciencias que se retroalimentan a si mismas y que, conforme lo hacen, despegan sus pies del suelo. El derecho y la política son buenos ejemplos.

Ambos parten de una realidad cierta, las relaciones humanas y sus conflictos y partiendo de esta realidad, van desarrollando su aproximación a la resolución de los enigmas que se planteen. Sin embargo, mientras que la economía o las telecomunicaciones tienen que esperar a que se desarrollen herramientas matemáticas y tecnológicas que les permitan dar el siguiente paso quienes legislan, que se parecen mucho a quienes hacen política, solo tienen que poner sobre la mesa su experiencia – ejem – para engrosar los tomos que han de estudiar los alumnos aplicados. Cuando el economista o el que diseña chips son rebatidos por la realidad sus resultados se resienten. El legislador, sin embargo, es de otra pasta.

Prueba de lo que digo es que físicas o matemáticas solo hay una y, aunque haya distintas escuelas en liza, todas buscan describir lo mismo y necesariamente acaban por coordinarse. Legislaciones, sin embargo, hay tantas como estados, regiones, municipios o demarcaciones administrativas. Pueden compartir procedimientos, pero no necesariamente. Vienen de las principales escuelas del derecho antiguo, pero están bastante alejadas unas de las otras. Cualquiera que haya trabajado en distintos países habrá encontrado legislación y formas de trabajar que vistas desde la propia perspectiva, parecen ridículas, pero ahí siguen y quien las usa, las usa por tradición o por imposición, pero las usa.

Tienen una idiosincrasia propia, que hay que entender y que sí, puede que emane de los usos y costumbres locales, pero tampoco está muy claro que no fuera primero el huevo y sean los ciudadanos los adaptados a la legislación y no a la inversa. El mundo, pese a lo que nos cuentan, se ha formado a base de migraciones, conquistas y movimiento de personas y sus formas de entenderse de un lugar a otro.

El procedimiento, que sería el equivalente a los operadores matemáticos en cuestiones legales, es en definitiva aleatorio, fruto de un sinfín de años de experiencias subjetivas, tradiciones, interacciones y voluntades del pueblo. Tan alejado está hoy de la realidad que pretende ordenar que no solo no tiene sentido, sino que se ha convertido en inabarcable.

Debido a que el derecho está en el centro de la convivencia humana, tratando de ordenar nuestros roces, abundamos en él, lo recargamos, le damos vueltas y exigimos que alguien haga algo, que yo pago mis impuestos. Olvidamos, sin embargo, que como en el resto de ciencias, de materias, de cuerpos de estudio, no siempre se tienen las herramientas para acercarnos a la verdad, para concretarlo todo de forma correcta.

O quizá el Derecho, con mayúsculas, estrictamente hablando, sí que hunde sus raíces en la profunda realidad de las relaciones humanas, y objetivamente desgrana las formas en las que hay que aproximarse a ellas, estudiarlas y resolverlas, y lo que pasa es que los que se dedican a crearlo, redactarlo y modificarlo son un hatajo de descerebrados. A ver si va a ser eso.

Foto: Clem Onojeghuo.


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