A fines del los años 60 del siglo pasado, el gobierno de los Estados Unidos de América puso en marcha el proyecto secreto denominado TIC-TOC. En medio del desierto de Arizona se levantó una colosal instalación militar-científico-industrial bajo tierra, cuyo objetivo fue la construcción de una máquina del tiempo. Corría 1968 y con la Guerra Fría en su apogeo, la administración americana no midió en gastos reservados para su desarrollo y puesta en marcha. Con el desafío de ser los primeros en viajar a través del tiempo, los Estados Unidos podrían modificar ciertos acontecimientos históricos, eso si, teniendo cuidado de evitar las llamadas “paradojas temporales”, y conseguir de esta manera la paz, el desarrollo y el bienestar de la Humanidad.

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El ambicioso y oneroso proyecto TIC-TOC corrió el riesgo de ser cancelado por el senador Leroy Clark cuando visitó las instalaciones y no vio los resultados esperados. Después de reunirse con el general Heywood Kirk, la doctora Ann Mc Gregor y doctor Raymond Swain, el senador decidió acabar con el proyecto ante la merma en sus avances y las fallidas pruebas de control y seguridad que permitirían comenzar a funcionar la máquina del tiempo.

Esa dicotomía del “blanco y negro” reaccionario versus los “colores” del progreso no es novedosa y ha fracasado en reiteradas ocasiones

Sin embargo, como suele suceder, apareció un factor que nadie tuvo en  cuenta: Tony Newman, un joven científico del complejo, decidió saltarse los protocolos para evitar el cierre del proyecto y, sin consultar a sus superiores, se atrevió a ponerlo en marcha. Esta era una especie de tubo sin fin con anillas retráctiles de enormes dimensiones, conectado a un sofisticado instrumental tecnológico para la época. El joven estaba dispuesto a ser él mismo el conejillo de indias en el primer viaje espacio temporal de la Historia.

Cuando el personal de control detectó que “el túnel” había sido activado y que Tony Newman había retocedido hasta el 14 de abril de 1912, los responsables científicos y militares no dieron crédito al observar que Newman se encontraba a bordo del  insumergible Titanic. El viaje en el tiempo era una realidad.

Frente a esta inesperada situación, el doctor Douglas Philips se ofreció viajar al pasado para rescatar a su compañero e intentar evitar el conocido final de la legendaria embarcación. Philips consiguió encontrar a Newman, y a último momento, asistidos desde el control del proyecto, lograron juntos hacer otro salto temporal y salvar así sus vidas. Lamentablemente no pudieron evitar el naufragio del transatlántico.

Newman y Philips quedaron involuntariamente atrapados en un vórtice espacio temporal continuo, viajando de manera aleatoria a través de las eras. Ambos fueron testigos de acontecimientos políticos y sociales históricos como la Revolución Francesa, el ataque a Pearl Habour, el asedio de Jericó o la Guerra de Troya; además de conocer en persona a  personajes variopintos como Abraham Lincoln, Napoleón Bonaparte, Maquiavelo, Kublai Kan, el mago Merlín y el Rey Arturo, entre otros.

Evidentemente estamos hablando de ficción y del argumento de una de las series de televisión mas populares y recordadas: “El Túnel del Tiempo”, creada por el genial Irwin Allen en 1966 para la 20th Century Fox.

Hoy en la España del siglo XXI, muy diferente a esa América inquieta de los 60, parece que también corremos el riesgo de retroceder a un pasado de oscuridad, pero sin tanta tecnología, investigación y desarrollo. La fecha señalada para retroceder en el tiempo será el 23 de julio entre las 8 y las 20 horas, y la manera de hacerlo es simplemente introduciendo en las urnas de las mesas electorales las papeletas del Partido Popular y de Vox.

Aunque parezca ficción no lo es, ya que así lo afirmó el candidato del PSOE, Pedro Sánchez, el pasado lunes 10 de julio, en el cara a cara televisivo con Alberto Núñez Feijóo, candidato del PP:

Se puede acabar con una España moderna, europea, que esta siendo admirada en el conjunto del mundo. El 23 de julio no nos estamos jugando la alternancia como ha ocurrido en otras elecciones, si España continua avanzando como ha hecho durante estos últimos 40 años, o nos meten el señor Abascal y el señor Feijóo en un túnel del tiempo tenebroso, dónde, vaya usted a saber, dónde terminamos”.

Igual que Tony y Douglas de la serie de TV, vaya uno a saber dónde y con quién, pueden acabar España y los españoles…

Ese fue el mensaje del Pedro Sánchez en su minuto de oro, en su manejo del tiempo con un artilugio mucho menos sofisticado que el del  proyecto TIC-TOC de la serie de televisión. Solamente apelando al miedo a un supuesto retorno al pasado oscuro, tenebroso, poblado de seres crueles y malvados dispuestos a acabar con todo el legado de luz y de color de su gestión, ha intentado convencer a los electores que él y su proyecto político, son lo único que puede salvarlos de una catástrofe inminente, de una especie de apocalipsis ultraderechista, machista, xenófobo, homófobo y negacionísta del cambio climático.

El mensaje, no solo electoral sino sistémico, de la izquierda que apela al miedo “retro”, a lo viejo, casposo y anticuado que representa la derecha, no solo es falso, sino también el síntoma de la falta de ideas y proyecto social. Esa dicotomía del “blanco y negro” reaccionario versus los “colores” del progreso no es novedosa y ha fracasado en reiteradas ocasiones. Sin embargo, vuelve a ser utilizada esta vez como ultimo recurso para intentar mantener el modelo de confrontación permanente que perpetúe el modelo demagógico de los mediocres.

A diferencia de la serie de culto de los años 60, el 23J no tendrá potenciales viajeros temporales, ni héroes, ni túneles ni nada parecido, sino ciudadanos dispuestos a ejercer el derecho al voto con la posibilidad de salir del actual vórtice izquierdista y siniestro en el que se encuentran.

Lo importante, después del resultado electoral, es que quienes proclaman acabar con el fin de este ciclo perverso estén a la altura de las necesidades reales de los ciudadanos, porque si hay algo que hoy escasea en España, es la voluntad, el coraje y la determinación para caminar por la senda de la libertad, el sentido común y la normalidad democrática. Porque el tiempo apremia, pasa y nunca vuelve atrás.

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