El 8 de noviembre, martes después del primer lunes de ese mes de un año par, hay elecciones en los Estados Unidos. Son las elecciones de mitad de mandato, en las que la Administración Biden se somete a su primera gran prueba electoral. Lo que parece es que el Partido Republicano retomará el control de ambas cámaras, que actualmente está en manos del Partido Demócrata.

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Más allá del reparto de la Cámara de Representantes y del Senado, antes y después de las elecciones, los analistas estudiarán minuciosamente el comportamiento electoral en función de la edad, el sexo, las creencias, el lugar de residencia… Esos estudios demográficos, sociológicos y políticos permiten conocer mejor a los votantes, e informan las estrategias políticas y electorales de los partidos. Pero su conocimiento puede tener interpretaciones que van más allá del estudio del votante.

En los Estados Unidos comenzó a apreciarse una diferenciación en las visiones políticas desde los años 80. Las mujeres serían cada vez más progresistas, y los hombres más conservadores

Una de estas cuestiones es la de cómo se definen quienes pertenecen a una u otra generación. Es cierto que hay ciertas experiencias comunes que pueden condicionar a las personas de la misma edad. Aunque un mismo hecho puede interpretarse de modo distinto, o contrapuesto, en función de cada uno, esas experiencias pueden marcar qué cuestiones son más importantes a cada generación.

No he encontrado ninguna referencia medianamente convincente que demuestre lo que parece indicar el lugar común: La generación X, que saltó al mundo en un momento de conflictos claros y de victoria del mundo libre, de creciente integración económica y prosperidad, sería más conservadora. Los millennial serían más de izquierdas, y la generación Z otra vez sería más conservadora, aunque habría asumido como propios el miedo climático y la comodidad del derecho al aborto.

Pero un lugar común no tiene por qué responder a la realidad. No obstante, sí hay datos más seguros de otra tendencia: la diferencia entre hombres y mujeres. Se ha medido en los Estados Unidos, que es donde se mide y observa todo. Son un país de dimensiones continentales, tanto por la extensión como por la población, con referentes comunes entre los que está el idioma, y con un mercado compartido. Supongo que todo ello supone una ventaja respecto de Europa, que no deja de ser una vecindad de distintos países.

En aquél país comenzó a apreciarse una diferenciación en las visiones políticas desde los años 80. Las mujeres serían cada vez más progresistas, y los hombres más conservadores. Michael Moore tituló su libro Estúpidos hombres blancos por eso.

Pero esa diferencia entre mujeres y hombres jóvenes se está disparando. Gallup lleva midiendo esa diferencia desde 1998, cuando no la había, hasta 2021, último año en que ha realizado esa encuesta. Gallup recoge los porcentajes de jóvenes de entre 18 y 25 años que se identifican con la palabra “liberal” (progresista).

Hasta 2008, esa diferencia rondaba los cinco puntos. Desde entonces y hasta 2016, la diferencia se acercaba a los diez. Y a partir de entonces, las diferencias se disparan, y en 2021 hay un 44 por ciento de mujeres que se declaran progresistas por un 25% de los hombres. Hay 29 puntos de diferencia. Es una diferencia enorme.

Daniel Cox ha escrito un artículo que ofrece algo de contexto a esta sorprendente diferencia. Por ejemplo, hay muchas menos mujeres casadas por debajo de los 30 años que antes: “Sólo un 15 por ciento de las mujeres jóvenes están hoy casadas, comparado con más de un tercio hace dos décadas”. Esto es relevante, nos dice Cox, porque las mujeres solteras se sienten más unidas a otras mujeres, y esta conexión les puede llevar a asumir causas progresistas. Quizás porque ven en las políticas públicas un mejor apoyo a su situación, mientras que si están casadas querrán proteger también los intereses de sus maridos y de la familia. Esta diferencia no ocurre con los hombres.

Otra diferencia importante es que las mujeres han superado a los hombres en la carrera académica desde hace tres décadas. Las personas con una formación superior suelen estar más al tanto de las últimas ideas en el ámbito político. En el contexto actual, eso les hace más proclives a ser progresistas. Cox añade otro elemento que no es desdeñable: si tienes un título universitario, es más fácil que vivas en una ciudad, y el urbano es un ambiente donde es más probable estar más a la izquierda que la media del país.

Por otro lado, las mujeres jóvenes son el grupo que más ha caído en la identificación religiosa. No sé hasta qué punto esto es una causa o un síntoma más del cambio que se ha producido. Esto es importante, porque yo creo que al menos en Occidente la fe religiosa se hereda sobre todo por la madre.

Todo ello ayuda a entender esa diferencia, pero no del todo. Ese boquete de 20 puntos en cinco años, sumado a los diez puntos de 2016, exige una mejor explicación. El movimiento #MeToo no creo que sea suficiente. Quizás muchas mujeres se vean ahora víctimas de comportamientos que, hace sólo una década, se veían quizás de otro modo. Yo añadiría que la polarización política tras la llegada de Donald Trump al poder, no necesariamente por su causa, se habrá asumido con mayor dificultad entre las mujeres que entre los hombres.

Me extrañaría que esa enorme diferencia se consolidara. Pero no creo que se corrija en su totalidad. En cualquier caso, parece uno de los fenómenos más interesantes del momento.

Foto: Soroush Karimi.


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