No hay que ser muy avispado para comprender por qué Rusia forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente. Tiene una lógica histórica aplastante y no caben demasiados peros al respecto de su posición en la organización. Sin embargo, llegados al punto en el que nos encontramos, lo que ya parece carecer de todo sentido es la propia Organización de las Naciones Unidas.

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Si atendemos la histórico de comités y miembros de los mismos, no son pocos los periodos en los que el Comité de Derechos Humanos ha estado formado e incluso presidido por países que diariamente se los pasan por el arco del triunfo. Hemos asistido durante la pandemia al deficiente, por decir algo suave, manejo de la misma por la agencia encargada de la salud dentro del conglomerado de la ONU. Ahora, un país con derecho a veto en el marco de sus resoluciones de seguridad, derecho que, por cierto, ha ejercido en mayor número de ocasiones que el resto, pone en jaque a todo un continente y probablemente a medio mundo con la acción militar más sanguinaria que se recuerda desde la Guerra de los Balcanes, como si de un sucesor de Hitler tomando Polonia se tratara.

La Segunda Guerra Mundial ha quedado ya muy lejos. Muy pocos de los que la sufrieron en sus propias carnes están todavía vivos. Se han olvidado los hechos, ocultado los males y obviado las consecuencias

Entiendo las intenciones de aquellos que promovieron un marco supranacional de entendimiento y negociación, pero todos aquellos que aún lo defienden puerilmente pecan de una bonhomía demasiado naif y almibarada. No se trata de resaltar la multitud de escándalos que rodean habitualmente a quienes pueblan y pululan los despachos de cualquiera de sus agencias, podríamos darlos por buenos si el mastodonte burocrático llevara a cabo sus propósitos, si no de algo más profundo y radical.

Los mismos países occidentales están plagados de defensores de la democracia iliberal, que se ha puesto tan de moda, y de paladines prestos a rodear Las Cortes en cuanto el resultado de las votaciones no es el deseado. Si extrapolamos esto al nivel Estado, la ONU está llena de miembros que no se creen en absoluto los principios en los que se dice sustentar y qué, básicamente, se encuentran en ella para sacar la mejor tajada que convenga a sus intereses. Bajo estas premisas, el animal está herido de muerte desde si misma génesis. No puede haber una partida en la que no todos los contendientes aceptan las reglas del juego y además el árbitro también tenga parte. Nadie entra a ese juego.

No es este un mal endémico de las grandes naciones y sus asociaciones. Ocurre en las asociaciones de vecinos y en los casales falleros, – discúlpenme la endogamia, pero son fechas – seguro que más de uno lo sufrió en la reunión de la escalera. No existe asociacionismo fructífero si los contendientes no acuden al mismo libremente y con la aceptación previa del reglamento que rige el asunto. Con el paso del tiempo, la Segunda Guerra Mundial ha quedado ya muy lejos. Muy pocos de los que la sufrieron en sus propias carnes están todavía vivos, y los que lo están y la vivieron eran entonces unos críos y hoy son demasiado mayores para influir en ningún foro politiquero. Se han olvidado los hechos, ocultado los males y obviado las consecuencias. Solo queda una leve inercia de aquello. Todos estamos en la ONU más por el qué dirán que por razones de verdadero peso o convencimiento.

Otro aspecto que concurre y que no se puede pasar por alto es la preexistencia de aspectos innegociables. No se pueden atacar hospitales y hay que dejar corredores humanitarios para que la población civil pueda evacuar. ¿Y? Como en tantas ocasiones la existencia de una ley no es garantía de su cumplimiento. No es posible negociar con aquel que dice que dos más dos son cinco, puesto el punto medio entre su postura y la nuestra, nunca será la respuesta adecuada. El espacio negociador, de nuevo, será inútil si los que en el discuten no aceptan unas bases mínimas, comunes e inamovibles. ´

La pertenencia a una organización y la existencia, por tanto, de la misma, tiene sentido bajo los parámetros que acabamos de desarrollar y consecuentemente acarrea un listado de obligaciones que hay que cumplir, en espera de obtener mayores beneficios. La ONU, la OTAN o la propia Unión Europea, se exhiben como un marco supranacional en el que sus Estados miembros puedan colaborar para un mejor entendimiento de los países y conseguir una vida más cómoda y relajada para sus ciudadanos. Sin embargo, se han convertido en burocracias absurdas, movidas por los intereses espurios de quienes las parasitan. Son antes excusa para los gobiernos, que se escudan en la acción o inacción del ente supranacional para no tomar sus propias decisiones, que acicate para la diligencia en el ejercicio de sus labores.

He sido siempre un defensor del asociacionismo libre y consecuente con los principios en los que se crea la asociación, por lo que me escandaliza la falsedad de todo este castillo de naipes de lujo en el que se amanceban nuestros Estados y sus gobiernos. Me espanta profundamente ver brazos de la ONU, que pueden estar perfectamente infectados por el régimen ruso, pidiendo dinero en televisión para socorrer a los refugiados y aun así espero ver a Putin sentado algún día frente a un tribunal respondiendo por su barbarie, a ser posible un tribunal ruso.


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José Luis Montesinos
Soy Ingeniero Industrial, me parieron autónomo. Me peleo con la Administración desde dentro y desde fuera. Soy Vicepresidente del Partido Libertario y autor de dos novelas, Johnny B. Bad y Nunca nos dijimos te quiero. Escribí también un ensayo llamado Manual Libertario. Canto siempre que puedo, en cada lugar y con cada banda que me deja, como Evanora y The Gambiters.