Escuchadme, vosotros, los que aparecéis con inmisericorde regularidad en las portadas de diarios descabellados y tristes anunciando que traer niños al mundo es una irresponsabilidad, proclamando a los cuatro vientos vuestra ecoansiedad y terror al futuro y presumiendo de solidaridad y conciencia: no tengáis hijos.

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En serio, estamos completamente de acuerdo: no debéis tenerlos. No quiero con esto decir que sea una barbaridad tener hijos —ni mucho menos—, sino que es un error que los tengáis vosotros. Está claro que no podríais llevar adelante dignamente el empeño de ser padres o madres, porque hacen falta arrestos, y sí, un punto de inconsciencia para traer vida al mundo. Pero no a este mundo, sino a cualquiera. Enteraos de una vez: la vida humana está expuesta a infinidad de peligros y sufrimientos. Siempre ha sido así, aunque ahora y aquí —en la porción medianamente civilizada del mundo— criar sea más fácil que nunca: más fácil que cuando os trajeron a vosotros, y no digamos a vuestros padres, mucho más fácil que cuando trajeron a vuestros abuelos y a todos aquellos que os precedieron y gracias a cuyas agallas podéis vosotros salir ahora en los medios a haceros las víctimas y poneros medallas. Si vuestra vida de ahora se os hace cuesta arriba ante la perspectiva hipotética de que Putin apriete el botoncito, si un eventual cataclismo climático os tiene con palpitaciones intensas, ¿qué creéis que va a pasar a la primera enfermedad real de vuestra hija o hijo, a sus primeros percances y en cada recodo del camino en que algo inmediato y grave los aceche?

Nadie con sangre en las venas echa cuentas, enteraos de una vez, porque no se es madre o padre por un puñetero cálculo de pros y contras. El camino de la maternidad y la paternidad está lleno de pasajes de ingratitud y sinsabores, y hacer tal balance te deja antes o después con un sabor a hiel en los labios

Vosotros que fuisteis niños y ahora «nos hacéis el favor» de ser antiniños: vuestro afán de protagonismo es tan desaforado que sí, por favor, no tengáis hijos. Hace semanas, cuando quería acaparar portadas para vender su película, el actor, director y autoproclamado azote de fachas Eduardo Casanova decía: «La maternidad es un tema complejísimo. Me cuestiono mucho si es razonable traer hoy un hijo al mundo. Es un acto completamente egoísta: va a vivir un mundo horrible. Y tú lo traes sin preguntarle si quiere venir». Casanova encadena profundas revelaciones («si te paras a pensarlo fríamente, no pinta muy bien la humanidad») con el descubrimiento al parecer reciente de que a nadie le preguntan si quiere vivir. Como si no se le hubiera ocurrido, que sé yo, a Séneca, que ya explicaba hace dos milenios que quienes se quejan de los inconvenientes de haber nacido deberían ser coherentes y no disfrutar de ninguna de sus ventajas, como vestir modelitos despampanantes o pisar fuerte en plan icono cultural las pasarelas.

Con toda franqueza os digo, los que tenéis perrhijos por el bien del planeta: os gusta demasiado la tecnología, viajar, tal vez queráis gastar lo que gasta en ropa Casanova, y claro, todo eso no casa bien con lo de tener hijos. Vuestras madres y vuestros abuelos tuvieron que renunciar a muchas de esas cosas para traeros a vosotros aquí, a polucionar el planeta, y también pasa que tras vuestro postureo moral se esconde que no estáis dispuestos a hacer otro tanto. Que sí, que las salarios han bajado, nadie lo niega, pero que no, que no son peores que los de vuestros abuelos, ni hablar, y que no, que no es general que a ellos les engañasen y tuvieran hijos por un dogma patriarcal, sino porque eso es lo que el ser humano viene haciendo desde que el mundo es mundo por razones que a vosotros al parecer se os escapan.

Por si fuera poca toda esta murga que dais, os creéis originales, cuando lo de no tener hijos ha existido siempre, y hace tiempo que sabemos que no pasa nada, que ni presión social ni narices, que cada uno juega sus cartas en la vida. Si creéis que esto es un movimiento revolucionario o algo así —vosotros, chés del Ikea—, dadle una vuelta: este adanismo vuestro es sumamente cargante. Y dejad de escribir libros, os lo ruego. En el suyo, Kinderfrei statt kinderlos. Ein Manifiest (Libre de niños, en vez de sin niños. Un manifiesto), una de vuestras heroínas, Verena Brunschweiger, que pide premiar económicamente a las personas sin hijos, ya nos ha cansado con lo de que tener niños es lo peor que se le puede hacer a la Tierra. Cuando nos deja ella en paz tenemos que aguantar a la cantante británica Blythe Pepino, fundadora del movimiento Birth Strike (Huelga de nacimientos), llamar a no reproducirse hasta salvar el planeta, aunque no es por el planeta, claro, sino para que vosotros toméis menos orfidales. Y cuando nos recuperamos viene todavía el príncipe Harry a anunciar que él y su esposa Meghan se «limitarán» —un tacómetro en sus corazones— a dos hijos por el bien de, sí, adivinad: el planeta.

¿Es mucho pedir que hagáis como todos, que toméis vuestras sacrosantas decisiones personales sin querer además convertirlo en un ridículo signo de superioridad moral? ¿Qué culpa tenemos los demás que asumir riesgos por los demás os parezca una mala idea? ¿Nos metemos nosotros en vuestros viajes a Bombay o Tegucigalpa, en si os dais atracones de gym o quinoa o en lo difícil que va a ser reciclar vuestras placas solares, que mostráis con ridículo orgullo? Claro que no, criaturas. Dar vida es un hecho de bien neto, de eso no hay duda, pero hay otros. Encontrad los vuestros; pero no molestéis con vuestra superioridad moral de opereta.

No queréis tener hijos porque no veis riesgo en la Seguridad Social, pues siempre hay a mano inmigrantes. ¿Creéis que tenemos hijos para que nos paguen las pensiones? ¿Acaso pensáis que los úteros de las madres son sucursales de Hacienda, y todos soldados del Estado? Esa idea peregrina es solo vuestra y de algunos políticos demasiado preocupados por la pureza racial y otras monsergas. ¿Acaso va a faltar gente que quiera venir a España a trabajar si faltan manos y como todo parece indicar la demografía sigue en caída libre? No tiene nada que ver con eso, lo de tener hijos: soltad de una vez la maldita calculadora.

Y si un día os arrepentís porque os convencen de que tener hijos te hace feliz y «compensa», olvidadlo: no tengáis hijos. Ninguna personal cabal que yo conozca tiene hijos como quien monta una empresa, ahorra para un chalet, un spa o un coche; ninguna anota en el debe y el haber y comprueba si «compensa». Nadie con sangre en las venas echa cuentas, enteraos de una vez, porque no se es madre o padre por un puñetero cálculo de pros y contras. El camino de la maternidad y la paternidad está lleno de pasajes de ingratitud y sinsabores, y hacer tal balance te deja antes o después con un sabor a hiel en los labios. Se tienen niños por un ansia de grandeza, porque es lo más cerca que vas a estar en tu vida de parecerte a Dios, si es que eso os interesa. Es un acto de amor y ya está, y no hay amor sin valentía ni pasión, que es lo que en definitiva os falta, a juzgar por cómo os defendéis queriendo parecer héroes.

Lo que es yo, no me arrepiento a pesar del miedo, las dificultades y el esfuerzo, pero no porque «compense», sino porque amar es el sentido que he escogido en mi vida, y pretendo hacerlo de todas las formas posibles a mi alcance. Supe pronto que acertó Eurípides en Andrómaca: «Para los hombres, los hijos son la vida. Quien, por desconocerlo, lo censura, sufre menos, pero es feliz gracias a una desgracia». Ahí está todo, almas en pena. No obstante, ni después de pensarlo mucho supe lo que ocurriría hasta que vinieron Claudia, Daniel y Víctor, porque todos vamos a tientas, en la paternidad como en todo. Ha sido y sigue siendo una aventura excelsa. Pero oíd: no hay por qué tener hijos. La mía y la de otros es solo una opción y cada uno vive como quiere y puede, sin inventarse que la suya es la modalidad de vivir que nos salva a todos.

Foto: Janko Ferlič.


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